Se aburren
SE HUNDIÓ como un Titanic, aunque era un barquito pobre y de papel. Ni siquiera llegó a un cementerio de barcos; se deshizo entre las aguas rápidas de la reguera y los juncos de sus orillas. Sólo flotó un instante, pero ¡cuánta ilusión! Y con cuánto entusiasmo vigilábamos a los cangrejos, tan difíciles de coger; o seguíamos el vuelo de las libélulas azules, tan misteriosas que imaginábamos que eran hadas disfrazadas. Llegó el verano y ahora los niños se aburren (y no digamos los adolescentes). Nosotros teníamos sacos de trigo o de cebada sobre los que cabalgar, como si fueran corceles que pudieran llevarnos lejos, más allá de los prados, de los viñedos, de las colinas que cerraban nuestro horizonte en este valle. Nosotros teníamos imaginación, y todo un mundo natural por explorar. Una aventura cada día. Un verano que nos parecía infinito. No sé que hubiera ocurrido si hubiéramos tenido televisión, ordenador, videjuegos. No seríamos como somos. Y probablemente nos hubiéramos aburrido, como se aburren ahora los niños. También hay filandones de verano. ¿Cómo llamar sino a lo que hacen ahora, bajo mi ventana, algunos viejos? Es noche y hace calor, y ellos están contándose historias. Gesticulan, interpretan, relatan en voz alta vivencias de otro tiempo, recuerdos, batallitas. Es un placer oír lo vivos que están, la pasión por la vida que aún mantienen. ¿Y los niños dónde están? No se oyen sus voces; en toda la calle no hay ni uno. Jugar al escondite por la noche era más divertido. Agazaparse entre las sombras y escuchar el croar de multitud de ranas. Olvidarse de todo, hasta del juego, porque una luciérnaga azul se cruzó en nuestro camino y contemplar aquél misterio brillante valía tanto, como para ganarse la torta que nos esperaba en casa por no acudir cuando nos llamaban. Pero, ¿quién quería obedecer cuando las horas no eran suficientes para vivir toda nuestra curiosidad y nuestro asombro? ¿Quién quería la siesta cuando fuera nos esperaba un baile de mariposas multicolores? También había peonzas, canicas, cacharritos, aviones de tiza en el suelo para saltar, y poco más. Pero nosotros hicimos la guerra en un huerto a tomatazos. Hicimos un cementerio de animales pequeños y cubrimos sus pequeñas tumbas con flores. Hicimos una caravana de caracoles que no querían mantenerse en fila. Y cabañas entre los robles para escondernos todos juntos y que nadie nos encontrara.