Diario de León
Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

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PARA MUCHOS bercianos, Peñalba es el corazón de esta tierra. Un escenario sagrado, un lugar excepcional. Por eso la emoción que sentimos al llegar allí siempre es única, inaugural. Nueva y honda, año tras año. Peñalba es un misterio al que nunca nos acostumbramos. Porque cada ascensión abre un colorido nuevo. Y éste, a su vez, aviva la memoria de los anteriores viajes. Peñalba es algo muy intenso. Una revelación que va cambiando. Como nosotros cambiamos. Sin que se alteren las piedras humildes y bellas de su iglesia, que fueron armadas hace más de doce siglos. Cuando casi todo no existía. Admirar el valle del Oza es compatible, claro, con otras emociones del Bierzo. Como las que confiere Villafranca, esa perla de poniente. O Ponferrada: su castillo potentísimo, sus calles viejas, sus museos. O las Médulas y su juego grandioso del verde y el rojo, del hombre y el agua, del tiempo y el oro. Pero el valle del Oza es especial. Una ruta verde y ardua que termina en dos enclaves irrepetibles: el monasterio de San Pedro de Montes, rodeado de castaños y de olvido; y Peñalba, cuyo templo mozárabe es el más valioso monumento del Bierzo. Durante 1.200 años Peñalba ha sido un lugar un poco fuera del tiempo. Acompañado del valle del Silencio, de su fábula arcaica. Pero Peñalba también es todo eso, porque se ha librado de ser un lugar multitudinario. De degradarse en un recital de tiendas, bares y autobuses. Se ha mantenido a salvo de la burda marea turística. Esa marabunta que sí ha invadido las Médulas, aunque, por fortuna, no las ha perjudicado gravemente. Todavía. Peñalba y Montes están en peligro. Hay muy serias amenazas contra su paz y su aislamiento salvador. Parece ser que quieren asfaltar la pista que entra en Peñalba por arriba, procedente de San Cristóbal, y eso, a medio plazo, no solo oscurecerá a los pueblecitos situados entre San Esteban de Valdueza y los montes Aquilianos, sino que supondrá el inicio de la trivialización de Peñalba, lo que es mucho más dramático. Creo que es bueno que siga siendo difícil llegar hasta Peñalba: ello es un acicate para el verdadero amante de esa aldea milagrosa. Debe mejorarse la carretera actual, sin duda, pero no alterar el statu quo del extraordinario lugar. Esa patria pequeña de la luz, del mármol, de la vida lenta y aérea. Si algún día Peñalba es arrojada a la barbarie del turismo de masas, veremos incendios, habrá ruido, veremos suciedad y muchas otras lacras. Que ahora no existen. Ahora solo hay pureza y memoria. Encanto y autenticidad. No podemos quebrar esa armonía.

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