Celebraciones
ME ALEGRA que haya tocado la lotería en Soria, territorio oriental, fronterizo y periférico de esta Comunidad Autónoma donde abundan los escudos con muchas ínfulas que amenazan con tirar las fachadas con más reserva espiritual que federal, allí donde don Antonio Machado fue capaz de rezar por amor aunque le decían hereje y masón. Lotería en Soria, repartida y compartida con otros barrios lejanos donde inmigrantes cobrizos la reciben como a una imagen milagrosa.
Veo que lo celebran, seguros de que a pesar de la crisis financiera que vive España, tienen claro lo que van a hacer con esos euros llovidos del cielo, que no es problema en Soria y en otras periferias por lo que otros se lamentarían de que sea este el peor año para que a uno le toque el gordo de Navidad, con los bancos bajo sospecha. Ciertos menús del día, en cambio, como esos por mil euros que anuncian en la comunidad de Madrid, me parecen una grosería. Que lo hagan si no pueden evitarlo, pero sin pregonero.
Hay también otras celebraciones inmotivadas, como la que dejó fuera de juego por intoxicación colectiva al equipo de fútbol de Murcia que despedía a su entrenador Javier Clemente. Aunque quizá no sea yo la persona más indicada para criticar esa incongruencia que impidió la celebración del partido contra el Celta de Vigo, recordando aquella rumbosa y concurrida farra en la bodega de Bernardo Benítez cuando perdimos las elecciones al Senado en la legislatura constituyente.
Y citando al Celta de Vigo, se lamentaba un pontevedrés famoso, buen fabulador y amigo mío, hablando de la rivalidad histórica ente ambas localidades, de lo poco agradecidos que son los de Vigo, pues una vez, dijo, invité a una mariscada, que yo mismo preparé, al equipo rival del Celta, previa a un partido decisivo que ganó el equipo gallego, ayudando bastante la gastroenteritis del equipo contrario. Eran tiempos de más austeridad y pocas disculpas, cuando nadie se exponía a la vergüenza de negarse a jugar por una simple flojera, y menos un heredero de la furia española, resumida en la soflama inmortal: «a mi el pelotón, Sabino, que los arrollo».
Y ya que estamos en cenas sobrevenidas, la silla baja nos desea a todos una feliz digestión de la lombarda, la pera caruja o lo que haya en casa, sin excesos como el burro nos enseña, animal de mucho provecho y poco gasto, que no da ruido y a todos los ministerios se acomoda, menos al de la guerra, según la sabiduría popular recopilada por Covarrubias.