Diario de León
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León

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LA LIBRERÍA SIENA es una reserva cultural permanente, un lujo que podemos permitirnos en Ponferrada, en cuya sala se nos ofrece durante estos días una muestra de obra gráfica de Nico Prada, un mundo desenfadado y rompedor asistido por una técnica impecable.

No pude completar el recorrido de una sola vez porque ya en la primera parte del intento me quedé hasta la hora de cierre enganchado por el trabajo titulado «pitas, pitas, pitas», de alcance autobiográfico, pues el autor reside habitualmente en la gran urbe, pero sin perder la sintonía con un espacio abierto y convivencial presidido por la abuela Teresa, las manos repartiendo el grano de maíz que hace el milagro de los huevos amarillos, convocando a las ponedoras por San Antón, que es cuando en el bajo Bierzo la buena pita pon, por la Candelaria la buena y la mala.

Esas gallinas residuales que respiran en precario el aire hostil de la gran ciudad, tienen los días contados igual que aquellos conejos que se agrupan el la penúltima parcela de la conurbación, esperando la llegada, con retraso por culpa de la crisis, de esos seres sin alma que llevan en una mano el maletín, la otra empuña fieramente el hacha micénico. Sólo se salvarán sus congéneres que sobreviven, si eso es vivir, primas hermanas de las emparedadas de Astorga, las gallinas de granja.

En aquellos altísimos edificios emergentes, espesos y opacos, reposan largas mesas de palosanto donde altos ejecutivos de renombre toman asiento y grandes decisiones que nos afectan al resto, de hecho ya nos vienen dando algunos dolores de cabeza, sin comerlo ni beberlo.

Veo que Nico Prada es un artista de mucha ternura y alma grafitera, porque no es mal nombre ese de Judas, plantado en la misma cresta del establecimiento, para retratar a esa clase de sujetos.

En aquel momento supe que ese era el regalo soñado de Pascua para toda la familia. Esa obra de arte, cuya luz ceniza anuncia el fin de un tiempo y quizá el nacimiento de otro mejor, merece entrar en nuestro pequeño mundo, cuando acabe la muestra, porque alimentará nuestra memoria, recordando de dónde venimos y que en el pleito ese de las gallinas desahuciadas también somos parte.

Si me repreguntan qué ciudad me gusta más, diré que ninguna. Prefiero un pueblo para vivir, sin duda. Cuestión de ritmos, un pueblo donde tengas tiempo para ti mismo y para comulgar con el resto de los seres vivientes, incluido este petirrojo que le dimos algo de cariño y ya entra en casa.

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