Diario de León
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La Gaveta | c. gavela

N> ació en una villa del Bierzo. Pero desde los 13 años, Ana vive en Valencia. Su padre era manchego. Un día se cansó de campos y pobrezas y recaló en el Bierzo. Se hizo minero, no encontró otra oportunidad. Pasó unos años en la comarca, tan lejos de su tierra llana y soleada, la Castilla del Quijote. Sus padres murieron, ella tiene 46 años. Vive sola en un municipio de la metrópoli de Valencia. Trabaja, sale todos los días a un centro público, a 15 kilómetros. En la tarde descansa, lee, hace deporte, compra las cosas elementales.

Y pasa la vida. En la que Ana no está sola. Tiene un novio: algunas veces están unos días juntos y muchos fines de semana. Pero cada uno prefiere tener su espacio, su soledad, su vida trazada así. Ayer me contó, muy feliz, que se iba unos días al Bierzo. «Donde me curo», añadió. Donde Ana se cura de muchas dolencias que tiene, como cualquiera. Unas son muy leves, son afecciones de tristeza, de una melancolía casi feliz en el fondo. Otras, en cambio, aparecen de cuando en cuando, y vienen impregnadas del veneno oscuro de la depresión. Si eso sucede, entonces el viaje al Bierzo se impone. Y Ana va. Cada tres o cuatro años.

Llega a Ponferrada, se instala en un hotel. Porque no tiene a nadie en la comarca. Sólo recuerdos y ya de hace más de 30 años. Días de la niñez y la primera adolescencia en un pueblo minero. La casa, el tiempo, su padre con el rostro impregnado de carbón, la ropa que se lavaba cada día. Y las montañas, y otras niñas, y el río negro, y la lluvia o el sol, y la escuela, y la sensación de que el mundo, pese a todo, era perfecto. O, en todo caso, era insondable. Hasta que algún día ella lo descifrara.

Ana se cura en el Bierzo. En su cerebro empieza a encajar todo. Se siente mejor; siente que el tiempo es amigo, es promesa, es verdad. Porque el pasado matiza el hoy; trae sensaciones profundas, luces. Que enriquecen lo único que existe, el presente. Para Ana ir al Bierzo es ir al corazón de la memoria. Y nada más actual que la memoria más de ahora mismo. Por eso ella se cura. Mientras observa su villa natal. La casa, la calle, los árboles. Todo ha cambiado, pero también allí, en ese escenario, está el otro; el suyo. Ana lo sabe; es algo firme. Pero para comprobarlo hay que ir. Al lugar de uno. Ir en secreto; tiene que ser así.

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