Diario de León
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La Gaveta | C. Gavela

C omo a toda ciudad, a Ponferrada la engrandece aquello que la conecta con el mundo. Con el pensamiento y la libertad; la imaginación y el compromiso. La nuestra ya es una ciudad y las ciudades forman un reino aparte, disperso, donde se vive, se goza, se ama y hay dolor. El mundo, sobre todo, son ciudades y palabras. Y los habitantes de las ciudades se parecen mucho entre sí, en particular los de la cultura occidental.

Hace mucho que Ponferrada tiene pasión por lo universal. Desde que emprendió una profunda y sostenida revolución. Y no fue tanto la cultura quien la colocó ahí, sino la industria; el mundo esforzado de las minas y las fábricas, las centrales térmicas y las fundiciones. Con su rosario de talleres y almacenes, lavaderos y tolvas. Ese fue el escenario de la primera Ponferrada nueva. Un ámbito civil humilde y bronco. También admirable. Hacia 1970 el modelo estaba agotado y la ciudad tardó quince años en iniciar su segunda aventura. Ya en democracia.

La libertad trajo el orden y el progreso; la memoria. La zona alta, tan remota antaño, tan parapetada y suya, se integró en la enriquecedora diversidad de la urbe. Por eso hace ya mucho que no hay dos Ponferradas, sino una, cada día más cuidada y viva. Más plural e igualitaria. Y más culta, que es el corazón de toda acción pública.

En estos días la urbe ha vivido dos sucesos hermosos. Una es el festival Andarte, tan prodigioso y original, propio de las ciudades más vanguardistas y cordiales. El otro es la inauguración del monumento a la libertad, en recuerdo a las víctimas de la intolerancia. Con esos dos gestos, diferentes pero de una misma actitud, Ponferrada se acerca un poco más a todos los hombres y mujeres del mundo que trabajan por una sociedad mejor. Más digna, equitativa y consciente.

Ponferrada no se entiende sin su condición berciana, sin su memoria, sin la respetuosa recuperación de su pasado. Pero esa imprescindible y ardiente labor hacia las raíces encuentra pleno sentido si se proyecta en el presente. Si la ciudad vive en el mundo actual. Desde el arte y la apertura. Porque sólo el arte cuenta lo que somos, desde su mirada misteriosa. Y porque no seremos ciudadanos cabales, ni siquiera del Bierzo, si no somos, cada día más, ciudadanos del mundo.

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