Cuatrovientos
Silla baja | JOSÉ ÁLVAREZ DE PAZ
Según los baremos que maneja la Concejalía de Medio Ambiente de Ponferrada, tras comprobar los datos sobre la concentración de ozono en la estación de medición del parque Picasso, el aire que se respira en Cuatrovientos no es de buena calidad, peor incluso que en zonas más céntricas y pobladas. Sorprende que esto ocurra en pleno otoño en un municipio con casi 30.000 hectáreas de superficie forestal, con la producción de energía bajo mínimos por la crisis y con las emisiones de CO 2 más bajas desde 1999, con una reducción mundial del 3% que no había logrado Kioto.
Cuatrovientos, como Flores del Sil, otro barrio emblemático de Ponferrada, nació lanzado a la diáspora por los terrenos entonces improductivos de Laminero pero con el tiempo ha alcanzado un nivel urbano más aceptable que otros espacios periféricos de la ciudad. Recuerdo los tiempos fundacionales cuando le pusieron nombre y se asentaron allí los pobladores de la montaña, huyendo de la pobreza extrema en caseríos sin accesos, sin agua, sin luz eléctrica, donde el único bien no escaso era precisamente aquel aire ventoso, melodía monocorde que recorría las fragas profundas de las estribaciones de Peña Seo, donde compartí con ellos los años mejores de mi vida, quizá. Recuerdo ahora a la señora Josefa que no quería abrir una ventana para que entrara el sol en su casa palloza. «Buracos son los que sobran», decía.
Aquellos inmigrantes lograron levantar sus casas y cultivaron huertos, viviendo con sobria dignidad, lo suficiente para compartir con amigos y vecinos la sombra de su propia higuera. Ninguno llegó a rico y menos a especulador. Sus hijos se apuntaron a la formación profesional. Cuando se acabaron las grandes obras de presas y canales y Ponferrada dejó de ser la ciudad del dólar, muchos emigraron a Centroeuropa. El setenta por ciento de los inmigrantes de Cuatrovientos lo hicieron en los años de la depresión.
Hoy los descendientes de aquellos primeros pobladores están jubilados o prejubilados y empiezan a recuperar las casas de su niñez, derrotadas por el tiempo. Allí podrán respirar de nuevo aquel aire sano y algunos servicios que no tuvieron entonces.