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León

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El resplandor Fermín lópez costero

Esta semana hemos sabido que la Junta emprenderá y costeará diversos trabajos de restauración en el convento de la Anunciada. Como es lógico, las monjas están muy contentas, como lo estamos, supongo, la mayoría de los bercianos. Es importante poner en valor nuestro patrimonio artístico. Ojalá algún día los vecinos de Cacabelos, los peregrinos y todos los usuarios del histórico puente sobre el río Cúa -”protagonista de la Batalla de Cacabelos, durante la Guerra de la Independencia-” también puedan sentirse gozosos y seguros, viendo cómo la Junta lo restaura y lo hace más adecuado para el tráfico de vehículos y para el tránsito de peatones. La carretera que discurre sobre él, la L-713, también es propiedad de la Junta y lleva, precisamente, hasta Villafranca. Pero, al paso que vamos, antes se producirá la beatificación de la fundadora de la Anunciada, que el arreglo del puente. Para entonces, quizá intercediendo ante ella, consigamos que algún alma piadosa, de las muchas que pululan por la Junta, se apiade de nosotros.

En efecto, las monjas de la Anunciada tienen la intención de iniciar el proceso de beatificación de Sor María Trinidad de Toledo y Mendoza, hija del quinto marqués de Villafranca, Pedro de Toledo. Empeñada en profesar como monja, en contra de la voluntad de su padre, éste la encerró en el castillo de Corullón, confiando en que cambiase de idea. Pero, después de sobornar a unos criados y de confeccionar una cuerda con las sábanas de su lecho, la joven huyó por una ventana y, aunque resultó herida, consiguió llegar a Villafranca ayudada por un campesino y refugiarse en un convento regido por una tía suya. Después de esta peripecia, a su padre no le quedó más remedio que transigir. Y lo hizo a lo grande. No sólo permitió que tomase los hábitos, sino que construyó para ella el actual convento y lo dotó muy ricamente. Quien mejor ha contado/cantado la claudicación del marqués ha sido otro villafranquino ilustre, el reciente Premio Nacional de Poesía, Juan Carlos Mestre. Lo hizo en 1985, en su «Antífona del otoño en el valle del Bierzo», en un poema cuyo título yo he tomado prestado para encabezar esta columna.

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