Miret Magdalena
Silla baja | álvarez de paz
DICEN las revistas especializadas que glosan su desaparición, que fue un profesor de teología crítico con el poder y las instituciones, un insumiso que se definía a sí mismo, como el marqués de Bradomín, «feo, católico y sentimental» a quien habían llamado de todo menos guapo: filocomunista, hereje, libertino, infiltrado. Ya era conflictivo cuando quiso venir a Ponferrada por primera vez, topándose con que donde no le prohibía hablar el obispo lo hacía, cerrando el círculo, el gobernador civil bloqueando entrambos la tenaz iniciativa de José Ramón López Gavela, empeñado en programar una jornada de reflexión abierta con aquel humanista comprometido con la democracia.
Coincidimos años después en unas jornadas sobre Sindicalismo, Empresa y Derecho laboral en la Universidad de Sevilla, siendo él presidente de la Cepime. Más tarde en otro seminario de la Universidad Compluense, siendo él director general de protección de menores-¦.
Si ahora le recuerdo es porque no puedo unirme al silencio de los bienpensantes para ignorar a aquel ecumenista, constructor de puentes entre ideologías y sensibilidades, creyentes y agnósticos, experto en separar las adherencias mágicas de las creencias, sin perder nunca la paciencia y el buen humor, aunque presidiendo la Asociación de Teólogos Juan XXIII tuvo que sufrir algunas embestidas del nacionalcatolicismo que recibía sin perder la calma, ayudado por el yoga que practicó durante toda su vida.
Más yoga y menos crispación pudiera ser un buen resumen de su talante personal.
Pero de toda esa larga trayectoria destacaría su trabajo como responsable de la Protección de Menores durante el primer gobierno del socialista Felipe González, donde con mano de hierro y guante de seda logró imprimir un cambio radical en los métodos educativos de aquellos colegios todavía lastrados por una larga tradición autoritaria, lo que también ocurrió con la reforma de la adopción de menores cuya idea motriz fue priorizar el bien del adoptando sobre el interés de los adoptantes y de los padres biológicos. «Los niños no son de nadie», repetía.
Un personaje polifacético como él, comprometido con la libertad durante más de medio siglo en España, puede despertar sentimientos encontrados y es normal que así sea, pero no me parecía justo que la noticia de su muerte pasara desapercibida, al menos en Ponferrada.