Diario de León
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La gaveta | c. gavela

R amón Carnicer me habló de él en una carta de 1984. Entonces Mestre era un muchacho que había estudiado periodismo en Barcelona, que había publicado un libro de versos. Y que pronto se iría a Chile. Poco después, cuando ganó el premio Adonais, sentí, como tantos bercianos, una alegría muy grande y sorprendida. Un villafranquino había logrado el más importante premio lírico de España para poetas jóvenes. Luego, casi todos, han sido los mejores.

En 1995 lo conocí. En una noche de poesía y frío, en Ponferrada. Otoño, calles heladas, un grupo de amigos que íbamos por los bares, por la nieve, por las risas y los cuentos. Para terminar al alba en una tasca de churros y café, extrañeza y cansancio. Luego tuvimos más trato; hemos coincidido en ciudades y pueblos. Pero nunca había estado en su casa. De la que me habían hablado con asombro varias personas. La otra noche estuve, con más amigos, en un cuarto piso de la capital. Frente a la ventana, el malva y blanco de un hotel modernista. Es el corazón de Madrid, y la casa de Mestre es el corazón de Mestre y de Alejandra. También hogar de dos gatos: Verlaine, siamés paciente, sabio y orondo, y Keats, noruego esbelto y algo esquivo.

Nunca había visto una casa así, ni la veré. Hogar que es un interminable poema. En madera, en piedra, en fuego, en silencio. Todos los elementos allí, en la vivienda antigua, sin ascensor, en la madera gastada de los peldaños de la escalera. En la vida plena, que allí se cierra y se abre. La casa de Mestre y de Alejandra es un lugar mágico. Donde todo está al servicio de la imaginación y la memoria. Donde el valor de las cosas es el valor del tiempo. No hablo de coleccionismo, de objetos caros; es algo que vale infinitamente más: de la vida de un artista. Que, además, viven como poetas. Desde la creación y la generosidad. Desde la luz y el dolor también, como todos.

Siempre lo admiré; ahora mucho más. La casa de Mestre es el espejo de un hombre bueno y niño, artista y sueño. La casa de quien flota por el cielo de Madrid, de quien fluye por la palabra y la vida. Por el color y la transparencia. De quien acaba de ganar el premio Nacional de Poesía. Se sale siendo otro. Algo cambia en uno, algo leve, que parece anecdótico, pero que es profundo a la vez.

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