VERLAS VENIR
Septiembre en la mochila
La Junta recibe 1.100 casos de los que se han resuelto el 52%, el 90% favorables.
Precisamente esta semana el operador consorciado en los aeropuertos de Villafría y La Virgen del Camino entró en colapso, trasladando por carretera a su clientela con destino peninsular, mientras un flete más audaz a Baleares anda en busca de un medio que no sea a nado para volver a casa. Llegó septiembre y este traspié de nuestros antaño rutilantes delirios aéreos nos hace tocar suelo otra vez. Ahí estamos, después de tanta pirotecnia como se quemó para tapar con su ruido los avisos del sentido común. Lo más tremendo de este sumario del retorno ha sido volver a ver las imágenes del desmedido aeropuerto leonés, cuando ya se encuentra desahuciado para cualquier expectativa razonable. Tanto dinero echado a perder a lo tonto.
Pero la música de estos días de reencuentro no va por ahí. No gusta ni es de buen estilo señalar las demasías extravagantes ni las carencias tiñosas de casa. Así que nos quedamos con una autovía a Carrión y Burgos y otra a Benavente, dos autopistas para Astorga y Asturias, un par de túneles anegados por Pajares y un aeropuerto rumboso, que iba a discutir con Málaga cuál era el quinto de España. El tren veloz sigue sin llegar, porque la urgencia lo dirige ahora hacia Galicia por Zamora y a Burgos, que es la puerta del País Vasco y esos sí tiran. Pero mejor no seguir con el recuento de dolencias.
Empieza el curso y las factorías informativas de las instituciones se ocupan de nutrir los sumarios con sus asuntos, que raramente coinciden con las preocupaciones de la gente. Se recalca la dimensión del empleo público, que en Castilla y León ha crecido durante los cinco años de la crisis, mientras el sector privado fue dejando en la gatera ciento sesenta y seis mil puestos de trabajo. Un día se pone el énfasis en la creación de empleo originada por los servicios sociales y otro en los cien mil activos ligados a la agricultura. Como si el ordeño y la arada también los ejecutaran funcionarios. De este modo, parece que lo positivo siempre es fruto de las políticas llevadas a cabo por las instituciones, mientras los descalabros corresponden a la temeridad de algunos imprudentes. Y día tras día nos desayunamos con parecidas ruedas de molino.
Mientras se recomponen los ajustes sanitarios, después del acuerdo de apertura de las guardias médicas rurales, la mochila de nuestros escolares más tiernos deja ver las dificultades de muchas familias para abordar el arranque de curso. Luego vendrán pendientes incluso más difíciles, como la que suponen este año las tasas universitarias, en cuyo incremento ocupamos posición de podium. Bastante a lo tonto, porque si algo distingue a nuestra tierra desde hace más de un siglo es el aprecio de la educación, que nos hizo abandonar antes que nadie la lacra del analfabetismo. Será que estos modernos proyectistas carecen de memoria. Las penalidades que presenta el nuevo curso a las familias sí son un tema relevante. Más que los enredos de los partidos con el plazo para el relevo de líderes o la abrupta gestión de su enrevesada bicefalia. Pero estos chismorreos son los que pitan. Hasta encubrir los estertores de la minería agonizante, cuya difícil supervivencia dilucidan estos días en Madrid unos responsables públicos que no han tenido el coraje de acercarse a comprobar la ruina provocada por sus decisiones.