VERLAS VENIR
Agravios de vecindad
Después del meneo de la convención popular, que acabó como acabó, las tormentas de febrero van traduciendo existencias en sucesivos escrutinios de pérdidas y devengos malogrados. Lo que iba a ser quedó en promesa y lo que hay resulta insostenible. Porque cada vez somos menos y estamos peor asistidos, pero a la vez nos achacan que resultamos caros. Los proyectistas, en su jerga distante y tendenciosa, nos llaman onerosos y deficitarios. Pero si repasamos los censos, resulta que siempre hemos sido los mismos, con ligeras oscilaciones. Entre dos y tres millones de cotizantes y subsidiados.
A Ortega y Gasset, que fue diputado por León hace 83 años, le parecía una cifra suficiente: “Si suponemos reunida la región leonesa a Castilla la Vieja se llega a una población de tres millones. Con tres millones de hombres, ocupados en una vida de tipo muy semejante y preocupados de problemas iguales, se puede hacer mucho; con todos estos hombres reunidos en una gran región, a la cual se otorgue su asamblea, su sufragio universal y su gobierno local. Entonces os sentiríais capaces y responsables de la existencia local de vuestros terruños, dentro del gran grupo estatal de España. Entonces se resolvería el tremendo problema de la tierra castellano-leonesa”. Se fueron Logroño y Santander, pero desde el siglo dieciséis seguimos en esas cifras. Entonces Medina del Campo era más que Barcelona. Claro que la población y sus oscilaciones estimulan el juego de dados, de manera que hace cincuenta una proyección demográfica aventuraba el desierto palentino para estrenar el siglo. Lo recordó con humor Anna Cabré dos años atrás. Tampoco ahora va a ocurrir, a pesar de los negros presagios.
Venimos de un tiempo gobernado por el espejismo de la prosperidad. Así, para decretar la conversión de los viejos aeródromos militares en aeropuertos, manejaron curvas de crecimiento que la realidad ha desmentido. Por poner cuatro ejemplos en uno: Villafría, La Virgen, Villanubla y Matacán. Sin indagar en los mensajes ocultos de la toponimia, tanto en su despliegue como en los negros vaticinios de este invierno agitado por las ventoleras, nadie pidió nuestra conformidad. León disputaba con Málaga ser el quinto aeropuerto de España. Ahí está. No iba a ser menos Zapatero que su ministra. Tanto el sustento como sus claudicaciones son cosa de Aena y sus proyectistas pasados, presentes y futuros. Que no nos lo imputen a nosotros.
Ahora toca la financiación autonómica, otro negocio del que podemos salir trasquilados. Mientras, vamos asistiendo a los estertores del carbón y la pizarra, cuyos promotores andan estos días por los juzgados. Los lacianiegos bajaron a las Cortes para pedir que contraten a sus desocupados en la reparación subsidiaria de los cielos abiertos. Son esfuerzos terminales por seguir con vida. El tren rápido de camino a Gijón va perdiendo unidades, reduciendo vías antes de llegar a La Robla, donde se abren los tubos de la risa que traspasan Pajares. Inundados por los raptos de agua. Acaso nunca sirvan para el tránsito ferroviario. Los parlamentarios vascos dieron un paso para atrapar Treviño, mientras los castellanistas destapaban que Bilbao bebe de Ordunte, un embalse burgalés asignado por el dictador Primo de Rivera a su abastecimiento. Antes de ponernos a discutir de finanzas, es preciso recordar con Ortega la ridiculez que cuadricula España. Para no incurrir en más disparates.