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Publicado por
ernesto escapa
León

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Estamos de nuevo en campaña, después del paréntesis de luto motivado por el crimen que el lunes acabó con la vida de Isabel Carrasco en la pasarela del Bernesga. Aquella tarde estaba convocado uno de los grandes mítines del Partido Popular, que se iba a celebrar en Valladolid, con participación de Rajoy, de Herrera y de todos los líderes provinciales. Isabel Carrasco, como presidenta popular de León, se dirigía andando a la sede de su partido, para emprender el viaje, cuando fue asesinada por la espalda. En plena campaña y el día que la atención de los medios se focalizaba en Castilla y León. Las primeras reacciones, que siempre son las más aventuradas y volanderas, apuntaban al vínculo del crimen con el descrédito de la clase política, como si se tratara de un escrache sangriento, alentado por la pasividad judicial ante los reiterados acosos a responsables políticos. Pero el hilo de esa cometa resultó tan corto como el de todas las trapacerías. Porque enseguida se supo que las detenidas gracias a la colaboración ciudadana no se empadronaban en ese arrabal sino en el opuesto. Eran lo más alejado de los zarandeados perroflautas.

Luego se fueron conociendo más datos, mientras en el vertedero de urgencias y atropellos que es la red se tejían conjeturas con infundios y chapoteaban noticias con chismes. Esos brotes de estercolero movieron al intrépido ministro del Interior a anunciar en sede parlamentaria la persecución de comentarios ofensivos, confundiendo la delincuencia con la idiotez, y como si eso fuera cosa suya. Suele ocurrir. El responsable político de que no sucedan crímenes como el del lunes, a la luz del día y en el centro de una ciudad apacible, se revuelve contra la mezquindad refugiada en el anonimato para «limpiar las redes de indeseables». Mientras, los resultados de la investigación nos sitúan ante un episodio difícilmente digerible. Por la condición social de las detenidas, que no pertenecen al ámbito temible de la marginalidad, y por su militancia compartida con la víctima. Pasado el frenesí de las primeras horas, con la conmoción que un suceso de esta naturaleza siembra en una ciudad tranquila como León, toca respetar el ritmo y los tiempos de la justicia. Y mientras, ir revisando tópicos, porque la decencia no la acreditan ni la gama del vehículo ni frívolas ostentaciones de pijerío postinero. La dignidad tiene que ver con otros valores, que no se exhiben en el carrusel de las apariencias.

El asesinato de Isabel Carrasco no es el primer suceso de esta naturaleza ocurrido en León en tiempos de paz. Hace 89 años, el 17 de mayo de 1923, caía acribillado en la calle Cervantes Fernando González Regueral, gobernador civil en siete provincias, cuando regresaba del Teatro Principal a su casa en la plaza Torres de Omaña, después de asistir a una zarzuela del maestro Chapí. Aquel crimen se atribuyó al comando anarquista los Solitarios y fue objeto de venganza sangrienta en los comienzos de la guerra civil, según recoge Crémer en sus apuntes memoriales. Regueral, cuyos hijos Fernando y José fueron respectivamente alcaldes de León, entre 1938 y 1941, y Valladolid, entre 1949 y 1957, se había significado en la represión de la huelga general de 1917 en Vizcaya. En el caso de Isabel Carrasco, el crimen parece cometido por compañeras de partido. De ahí que el espanto sea aún mayor.

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