Diario de León

Una voz contra la barbarie

Victoria Nyanjura, obligada a casarse con un jefe de la sanguinaria milicia de Joseph Kony, relata sus ocho años de cautiverio sometida a palizas, vejaciones y violaciones. A Victoria Nyanjura, secuestrada en 1996 por un grupo extremista cristiano de su país, Uganda, le faltan palabras para describir todo el infierno que vivió durante ocho años y le sobra un dolor que la acompañará siempre, pero retiene valor para contar buena parte de su historia con sobrecogedora serenidad. Con sólo 14 años fue obligada a contraer matrimonio con un comandante de la milicia, violada por rutina y sometida a toda clase de vejaciones.

La ugandesa Victoria Nyanjura.

La ugandesa Victoria Nyanjura.

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Dio a luz sola a sus dos hijos, sin ninguna asistencia, y siendo ellos todavía muy pequeños, con su marido ya muerto en una emboscada, logró escapar. Atrás quedaban ocho largos años de carreras y silencio. Huyendo de las balas perdidas en los combates y sin derecho a hablar por no ser digna de tal privilegio, privada de una voz que hoy alza en su país y en Occidente por quienes aún no pueden.

Nyanjura ha pasado de víctima de las mayores atrocidades a activista internacional en defensa de los Derechos Humanos. Por ese motivo ha viajado por primera vez a España, a Segovia, para participar en el V encuentro Mujeres que Transforman el Mundo, y en la víspera de su intervención de este sábado, en una sala del hotel donde la hospeda la organización, compartió con la Agencia Ical durante hora y media su estremecedor relato.

«Muy feliz» pese a reconocer que «a veces» aún se viene abajo, ahora ayuda en Uganda a los niños afectados por la guerra como asistente en el Proyecto de Justicia y Reconciliación (JRP) y coordina la Red de Defensa de la Mujer, un foro para devolver la voz a quienes atravesaron el mismo infierno que ella. «Sólo contar lo que les ha pasado supone una forma de sanar y sentirse mejor», explica.

El Ejército de Resistencia del Señor, conocido internacionalmente por sus siglas en inglés, LRA (Lord’s Resistance Army), ha matado a más de 100.000 personas y secuestrado a más de 60.000 niños desde 1987, según la ONU. Ellos son usados como combatientes o escudos humanos y ellas, reducidas a esclavas sexuales como Nyanjura.

El rapto se produjo cuando estudiaba en el internado católico St Mary’s College, en Aboke, norte de Uganda. Los sanguinarios paramilitares del criminal de guerra y líder espiritual Joseph Kony se llevaron a 139 jóvenes. Una monja y un profesor consiguieron localizar el campamento y negociar para que 109 regresaran pronto con sus familias, pero ella se quedó entre las 30 que corrieron peor suerte.

«El cielo estaba lleno de estrellas la noche que fui raptada, lo miraba y pensaba que esto sería un nuevo comienzo», aunque pronto tornó al color de la peor pesadilla, en cuanto las jóvenes llegaron al grupo y se las repartieron los comandantes. De todo lo vivido, la imagen que más le atormenta es precisamente la del día que la entregaron con 14 años a quien sería su marido: «Él era mucho mayor, no sé decir cuánto, y yo con mi edad no conocía a los hombres».

El grupo rebelde se movía continuamente de un lugar a otro, sin base fija para prevenir los ataques del ejército ugandés. No siempre encontraban dónde dormir, ni comida ni bebida: «He visto morir a mucha gente de hambre o sed». Y cuando una emboscada interrumpía la marcha, a «correr y rezar para no morir». «Era vivir al día sin saber qué pasaría al siguiente».

«Tampoco podía hablar, debía estar en silencio porque no era digna de su respeto», continúa. A lo largo del cautiverio recuerda que la molieron a palos en cinco ocasiones, siempre como reacción a la huida o el intento de alguna otra esclava, como castigo preventivo para que no siguiera los mismos pasos o por no haber informado de quienes se querían escapar. «En una de esas palizas me quedé muy cerca de morir», destaca.

El LRA, presionado por el Ejército ugandés, se trasladó a Sudán poco después del rapto de Nyanjura, que en total pasó seis años en el país vecino. Después intervino el Gobierno sudanés y los paramilitares «se vieron acorralados» en el sur. La lucha se intensificó y con ella surgió la oportunidad de huir.

«Una chica me dijo que quería escaparse y le pedí ayuda para irme con ella porque ya había tenido a mis dos hijos», que entonces tenían uno y tres años. Aquel día de 2004, la milicia debía moverse rápido para prevenir emboscadas, y las dos jóvenes aprovecharon un instante para salir del grupo y esconderse detrás de un arbusto durante horas antes de emprender la huida y un camino de regreso a la vida que tampoco es nada fácil. Los que consiguen volver a sus lugares de origen, ya sean niños soldado o esclavas, se encuentran a menudo con el rechazo de sus antiguas comunidades, que desconfían de quienes crecieron junto a los paramilitares que sembraron su población de matanzas masivas y causaron casi dos millones de desplazados. «Yo tuve suerte, mi familia me aceptó y además accedió a quedarse con mis hijos para que yo pudiera volver a estudiar», ya que la larga distancia hasta la escuela la obligaba a dormir allí.

Terminó licenciándose en Sociología del Desarrollo, aunque la lección de vida se la dio un sacerdote italiano cuando decidió juntar en una misma clase a Nyanjura y otras seis jóvenes que también habían sido esclavas sexuales. «Nos entendíamos perfectamente, cuando una estaba débil la otra la ayudaba a seguir adelante, y esto es justo lo que estamos repitiendo en nuestra organización, formamos grupos para que se ayuden unas a otras», resume.

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