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VERLAS VENIR ERNESTO ESCAPA
León

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M ientras María de Diego, como viceconsejera de Ordenación del Territorio y Relaciones Institucionales de la Junta, prosigue su predicación de las MIG o Mancomunidades de Interés General por el ancho territorio de la Comunidad, llegó la hora de intentar la investidura en el parlamento español. Dos procesos estrechamente vinculados, aunque las diferencias de iluminación pudieran hacer creer lo contrario. Y por una vez, el trámite parece más sencillo para la ordenación de los servicios en el territorio rural, que para encontrar un presidente de confluencia, capaz de concitar el apoyo y la abstención mayoritaria. Aunque ambas son misiones peliagudas y complejas. Una, por la enjundia y el alcance de lo que se dilucida, mientras la más cercana cuenta en último término con el aval de la resignación. Así que mucho nos convendría que al menos a ratos los focos de la atención repararan en estas unidades básicas de servicios rurales. Porque constituyen una seña diferencial de nuestras necesidades, que no son altisonantes ni excluyentes, pero sí decisivas. De ahí, la importancia de que la invención sea acertada. Porque su afección recae sobre poblaciones residuales, sin mucha capacidad ni siquiera de protesta.

Municipios a menudo periféricos organizados en tres tramos de despoblación: Menos de mil habitantes, que son mayoría; de mil a cinco mil habitantes; y los escasos de cinco mil a veinte mil. Con esta pauta, que persigue el despliegue de una cartera homogénea de competencias y servicios con criterios de eficiencia, se han diseñado los mapas de las Unidades Básicas de Ordenación y Servicios del Territorio. Un proceso que coincide en el tiempo con la propuesta de supresión de las Diputaciones, a punto de ser ya bicentenarias. Una antigüedad que no garantiza la eficiencia, pero sí obliga a tomarse en serio tanto el descarte como su relevo. Sobre todo, en territorios de población dispersa y con el agravante de envejecimiento, que requiere por añadidura atenciones suplementarias y cuidados de cercanía.

También es imprescindible, en caso de pervivencia, la revisión del sistema de elección y el propio funcionamiento de las diputaciones. En cuanto a su descarte, yo no soy partidario, sobre todo porque tampoco abrigo una fe ciega en las estructuras de relevo. En concreto, el consejo de alcaldes que maneja la propuesta de Ciudadanos asumida por los socialistas, entiendo que no rebasa el nivel de ocurrencia peregrina. Y no estamos para experimentos de proyectistas con los pueblos. Porque demasiado tienen ya padecido. Por un lado, la asfixia sistemática practicada con la minería. Por otro, el ahogo a las expectativas ganaderas, que han acabado llevando a los resistentes a vivir con la angustia de la supervivencia.

Así que sabrán disculparnos las eminentes señorías que actúan estos días en el parlamento de Madrid, después de sesenta días de recreo bien pagado. Si acaso, tenemos una batería de reproches que hacerles por su comportamiento no siempre modélico cuando están expuestos a nuestra contemplación. Pero si a ellos tampoco les da vergüenza, sabiendo que los retratan los focos, no vamos a incurrir en la demasía de glosar sus excesos de pataleo o sus caras de risa. Porque seguramente ni siquiera saben de qué se ríen y ese relajo es fruto incontrolado de los nervios. Aunque alguien debiera advertirles de que no tiene gracia lo que tanto les divierte.

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