Reclamos de sonajero
El sonajero es un artilugio de bisutería infantil con el que los niños despiertan arrumacos de atención y mimoseo. Lo malo es cuando el juguete pasa a manos de mayores, siempre dispuestos a su empleo para maniobras de enredo o engaño. Es la impresión que arrojan estos días, cuando apenas acaba de arrancar una nueva edición de la permanente campaña electoral, en la que sobrevivimos desde hace años. Encarnizadas luchas de poder, sibilinas y marrulleras traiciones, sondeos amañados al gusto de quien paga la factura y soflamas ocurrentes se acumulan para enturbiar y confundir expectativas.
Desde su rincón extremeño, el bellotero Fernández Vara, que se estrenó en política como militante de la ríspida Alianza Popular de Hernández Mancha, patea los tobillos de Pedro Sánchez añorando la embestida partidaria de Susana Díaz, con quien compite desde hace años por la corona autonómica del desempleo estructural. El forense oliventino forma parte de la tropa que gobernando su taifa con Podemos, se encargó de poner trabas y pintarlas de rojo, hasta hacer imposible a su compañero cualquier alianza similar. Por puro afán cainita. El suceso no tendría más alcance si no fuera la revelación de la una gresca intestina que puede acabar derivando la contienda ideológica hacia el navajeo de los ajustes de cuentas.
Por más que se empeñen los acomodadores de campaña, que jalean ufanos tanto el abrazo de la cerveza como los ruidosos desplantes populares, no parece creíble a estas alturas que los electores de junio vayan a tragarse el rastro de estos meses de infamia padecidos entre amagos, ocurrencias y regateos. Así que resulta poco probable que el saldo de un semestre echado a perder lo embaule sin repulgos la concurrencia electoral. Y haría bien el electorado en no perdonar el juego que unos y otros se han traído con sus expectativas. Porque nada ha sido gratis. Al contrario, hablamos de un tropel de ambiciones que cobra por estar y por haber estado. Tanto los desdenes como las ocurrencias volanderas tienen que pagar su peaje cuando no sirven más que para ir perdiendo el tiempo. Claro que en la balanza hay reproches para todos.
Los primeros días de la revuelta (porque de eso se trata: de volver a meter el sobre en la urna) los han copado la plasmación mariana desde su palacio monclovita, predicando contra extremistas y radicales, y el abrazo de Iglesias y Garzón en la Puerta del Sol. Uno y otros dispuestos a convertir lo que nos espera en una confrontación, donde importan más los repudios excluyentes que las ideas constructivas. Un paisaje aliñado de nuevos episodios de corrupción, que saltan aquí y acullá: desde el murciano Pujalte, que se hizo eólico con la senadora vallisoletana Ana Torme, al valenciano Cotino, encargado de la policía con Aznar, consejero de Camps, ex presidente de las Cortes y mamporrero que trajinó con Teconsa la visita del Papa a la ciudad del Turia hace diez años.
Según los datos de la última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas, el 36% del electorado decidió su voto de diciembre durante la campaña electoral. Semejante advertencia debiera valer para la demanda de una campaña provechosa, dedicada a proponer soluciones políticas a los problemas que nos agobian, sin tolerar enredos ni patadas ni besuqueos ni brindis al tendido. Por respeto a la parte contratante, cansada ya de sostener el tinglado donde se ejecuta la farsa.