Diario de León
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VERLAS VENIR ERNESTO ESCAPA
León

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Q uién iba a aventurar, después de un año de siesta, este arranque de 2017, plagado de novedades y alicientes. Aunque muchas no resulten precisamente gratas y tampoco los presagios que avisan de lo que nos espera en el porvenir. Desde luego, no pocas de estas virutas tienen que ver con la parálisis de 2016, cuando la reiteración electoral y la inactividad parlamentaria nos salieron tan caras como un frenesí. De aquel recreo deriva que sigamos sin presupuesto y que tampoco este año vayan a convocarse oposiciones para enseñantes. Aunque esa privación será casi solo nuestra, porque tanto Madrid como Asturias cubrirán los huecos de sus planteles educativos. Por no mencionar el caso catalán, donde el gobierno y la Cup han cerrado el compromiso de dotar cinco mil quinientas plazas de maestros. Nuestro fallido afecta a 800 docentes, pero es una cifra en absoluto desdeñable teniendo en cuenta las magnitudes de los manejos que nos traemos. Así que habrá que seguir dándole una vuelta, en vez de asumir el desplante con resignada mansedumbre.

Después de la secuencia de varapalos judiciales tanto a la convocatoria de oposiciones en Sanidad como a la concesión de la inspección técnica de vehículos, adjudicada por el remoto Pérez Villar, debería aprender la administración autonómica que no todo vale y que determinadas alegrías nunca salen gratis. Ni con la revisión de los frenos ni con oposiciones sometidas a manejos chapuceros. Pero resulta curiosa y llamativa esta tendencia a creer que nunca va a llegar la ola de las revisiones judiciales. Pasó con los gestores políticos y sindicales de Caja España, que se creyeron a salvo de la imputación de desleales, y también con los anteriores responsables de la Consejería de Economía autonómica, quienes pensaron que con la argucia de esconder las más bajas de la novena de tasaciones para la compra del edificio bautizado como Perla Negra, más cacho se reservaban para el pillaje a discreción. Trucos de piratas que no se conformaban con el patentado tres o cinco por ciento, sino que traficaron mordiscos superiores al treinta por ciento. Ávidos piratas, aunque fueran de secano.

Lo que demuestra, otra vez más, que ni la deslealtad ni el pirateo conocen fronteras. Acaso los ilustres consejeros que protagonizaron la ruina de las Cajas España y Duero, por separado y al fin juntas, fiaron su tranquilidad a la compañía en su infortunio del jacarandoso Fernando Martínez Maíllo, que hoy ocupa el tercer puesto en el vértice del partido Popular que gobierna España. A la vera misma de Mariano Rajoy. Además de consejero de España-Duero, Maíllo fue presidente de la Diputación de Zamora y a su primera toma de posesión en la plaza de Viriato acudió acompañado por la televisiva Aída Nízar, que estos días ha vuelto a remover aquella historia. Luego, Maíllo casó en Benavente con la nieta carioca del Pichurro de Valderas y para despedirse de su tierra, recaló en la alcaldía de Casaseca de las Chanas, un pueblo zamorano de la Tierra del Vino cuyo nombre empingorotado esconde la denominación histórica de Cagajones.

Son maniobras de despiste que al final nunca prosperan, porque la memoria persiste como «ciega abeja de amargura» que avisó el poeta y premio Nobel Juan Ramón Jiménez. Ocurrió en el obispado de Astorga con el perillán Lucio Ángel Vallejo Balda y su asistente vaticana Paquita Chaouqui y ahora mismo con el delincuente Ramos Gordón, que se presentó al homenaje de sus feligreses de Tábara una vez suspendido por el Papa. A ver si colaba.

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