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VERLAS VENIR ERNESTO ESCAPA
León

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A l fin, aprendimos que las mordidas y bocados no son prendas mediterráneas, tras comprobar cómo su empleo por estos lares explica demoras y sobrecostes desmedidos del atasco bautizado como túneles de Pajares. Tal como soplan los aires, tampoco podía ser de otro modo. Si una obra pública retrasa año tras año su entrega, y al cabo se muestra inservible, nadie podrá dudar de que hay gato encerrado. De momento, la Unidad de delincuencia económica y financiera de la Guardia civil, que hace medio año trincó a 14 espabilados en relación con obras de la empresa Corsán en Barcelona, ha ampliado el foco de sus pesquisas desde la entrada del Ave en Valladolid, por el Pinar de Antequera, a su llegada a León, entre Palanquinos y Onzonilla, culminando en los túneles taladrados de La Robla hasta La Pola de Lena. Por lo que nos afecta, se trata de sobrecostes arbitrarios y agasajos al menudeo para la zanganería ambulante. Pero ahí no está todo, ni mucho menos.

Lo más grave, por supuesto, es el emplasto que nos dejaron de unos túneles que sólo sirven para sangrar agua hacia Asturias, sin olvidar el descuido del tramo mediante entre León y La Robla. Este género de olvidos ha vuelto a brotar ahora en el ramal intermedio entre Burgos y Vitoria, precisamente cuando más aprietan las urgencias para el acuerdo con los nacionalistas vascos que dé vía libre a la aprobación de los presupuestos de este año. Allí tenían caducada y con legañas la Declaración de Impacto Ambiental desde 2013, y ahora toca empezar de nuevo el procedimiento, cuando más prisa corre. Sin embargo, Burgos acapara los decaídos afanes asfálticos del ministerio de Fomento, traducidos en la completa circunvalación de la ciudad (37,5 km de la BU-30) y en la autovía en marcha del Camino de Santiago, entre Burgos y Logroño. Desde luego, hay parangones que molestan siempre, y los de León con Burgos nos dejan a los pies de los caballos. No sólo los asfálticos, por supuesto. Porque León tiene sin cerrar la ronda urbana y a los alcaldes campesinos echados a la calle, para ver si aceleran el avance de la autovía a Valladolid, que no se despereza.

El pleito catedralicio tiene como frecuente portavoz a mi compañero de internado Mario Hortensio González, fabriquero de la seo. Y las cuentas dicen que mientras la catedral de Burgos recibió treinta millones de euros (o sus equivalentes pesetas) en los últimos veinte años, dejando rematadas todas sus expectativas, a la de León sólo le alcanzaron los auxilios con las menguas de la crisis: once millones y medio entre 2007 y 2012, para coser gárgolas, rehabilitar arbotantes, sanear contrafuertes, vigilar el mantenimiento y apañar vidrieras. A pesar de su imagen resplandeciente, el pórtico permanece deshabitado de estatuas tantos años después del desalojo.

Claro que si saltamos de las altas catedrales a los monasterios jacobeos, la comparación resulta aún más sangrante y pone en claro cuál es nuestro rango. Vale con mirar el abandono del monasterio de Sandoval, propiedad de la Junta, y comparar su ruina con el mimo y los millones aplicados en sucesivas actuaciones al monasterio de San Juan de Ortega, en la antesala de Burgos, donde la obra más reciente, dotada con 3,1 millones de euros, ha dejado el recinto dispuesto para acoger, además de la hospedería jacobea, una residencia de la Fundación Diper. Ya antes la Junta arregló la iglesia románica, la capilla de San Nicolás, el claustrillo y la hospedería, mientras dejaba Sandoval como único monumento europeo acogido al programa Rafael que sigue en abandono.

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