Diario de León
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VERLAS VENIR ERNESTO ESCAPA
León

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M ientras aguardamos a que desfilen con estruendo las matracas de la campaña electoral, los preliminares nos ofrecen un barullo difícilmente soportable de murga follonera salpicada con escenas de caricato. Prefiero suponer que lo practican inducidos por sus estrategas de campaña y no respondiendo a dictados cerebrales, aunque la tabarra resultante invita a despedirlos sin cautelas. Dirán que siempre fue así, pero les aseguro que ni parecido. La lluvia de simplezas volantes estos días tendría que ver, en primer lugar, con el arranque de pánico de postulantes defraudados en su expectativa, y de fondo, con la evidente precariedad de los pregoneros.

Por eso, jalean con resuelto desparpajo asuntos bien diversos, de los que van dejando claro no entender ni papa. Pero tanto da, que para eso estamos en pre o en campaña, circunstancia donde todo vale. Así que no hay que tener muy en cuenta los anuncios recentralizadores de los populares propagados en el territorio donde sus autonomistas ofrecen la mejor gestión contrastada de asuntos sociales, ni atender a la poda impositiva que convertiría en inalcanzables esos logros. Ambas maniobras corresponden al arsenal de ocurrencias baratas ideado por sus equipos de tertulianos deslenguados, a quienes alguien habría que apear de su insolencia con aquella apelación clásica: ¡Es la economía, idiota! Porque no espabilan.

Claro que con esta infantería tampoco cabe escurrir la pregunta esencial de hacia dónde pretenden llevarnos. Porque una cosa es el mundo irreal y fantaseado de las consultorías fabricantes de recetas y otra muy distinta su aplicación. Y de ese desajuste sí que contamos con ejemplos abundantes en nuestro victimario. Aunque seguramente no alcancen a turbar el ajetreo de sus caravanas, donde prima de forma excluyente la reyerta entre contrincantes. Distraído entre los ruidos de esta balumba, vigilante para que no emerjan asuntos que no figuren en los argumentarios electorales, ha sacado por fin cabeza el terrible atropello ambiental del Feixolín lacianiego, protagonizado entre 1995 y 2008 por Victorino Alonso, personaje cinematográfico de la minería. Y no salta ahora por oportunismo, sino como denuncia clamorosa de la indefensión rural ante los atropellos administrativos.

Poco importa un cuarto de siglo después y con el destrozo ya consumado, que la ilegalidad se perpetrara en una zona protegida como Reserva de la biosfera. Tampoco es el único ejemplo de explotación a cielo abierto en espacios naturales, contando incluso a veces con declaraciones de impacto, que se saltan cuando conviene al explotador. Lo único en que El Feixolín se iguala con el resto es en la carga de los remedios, que siempre acaban recayendo de nuevo en el dinero público. De momento, El Feixolín se ha comido, sin tener una licencia imposible en paraje protegido, 210 hectáreas y una montaña volada con dinamita durante trece años. A pesar de todo, su juicio tardó un cuarto de siglo. A la vista de este atropello gigantesco, debemos preguntarnos a qué dedican sus afanes los pastueños funcionarios autonómicos de minería y de medio ambiente, al margen de las maniobras de complacencia connivente de sus jefes políticos. Porque si El Feixolín, con su dimensión y sin licencia, fue posible durante tres lustros, ya me contarán el charro Guillermo y sus verdes gabrieles qué expectativa aguarda a las pedanías donde las concesiones se pervierten. Es lo que ocurre con los destrozos de la arenera abandonada en mi pueblo Carrocera, donde los vecinos ya piensan si lo publicado en el Bocyl fue real o puro embuste. ¿Acaso no se depositó fianza, en contra de lo publicado, y ahora cuesta encontrar fondos para el arreglo?

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