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| Reportaje | Una guerra que parte en dos |

Lucha por las dos Españas Herrera presenta el nuevo helicóptero sanitario con base en Burgos Licitan las obras de la autovía de circunvalación de Ávila (A-51)

Sandalio Revilla Nares, nacido hace 84 años, protagoniza un pasado único donde se vio obligado a combatir en los bandos nacional y republicano de la Guerra Civil

Sandalio Revilla Nares, ex combatiente de la Guerra Civil en los dos bandos

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J. Benito Iglesias/Ical - palencia ep | burgos ep | ávila

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El carácter adusto de los montañeses no es fruto de la casualidad. Cincelado a golpe de duras experiencias vitales, la historia de muchos de ellos entraña aspectos que bien podrían permanecen en el baúl de los recuerdos pero que subyacen para que otros no repitan demonios y odios como los que derivaron en una cruenta Guerra Civil. Sandalio Revilla Nares alberga en un delgado pero todavía saludable cuerpo de 84 años una intensa vida que lleva aparejada la carga de una pesada cruz. Hoy, este palentino recuerda con pesar que tuvo que empuñar un fusil con 16 años en un conflicto bélico en el que olía a muerte en los dos bandos. Además, en su madurez, estuvo muy cerca del grisú y el miedo a no ver salir de la mina a todos los que trabajaban con él a diario. 64 años después de una guerra donde se vio obligado a combatir del lado nacional y republicano, es un ejemplo de supervivencia entre los que tuvieron una experiencia similar y cayeron en el frente o terminaron fusilados. Vio la luz por primera en Villavega de Aguilar y con siete años pasó a residir en el pueblo colindante de Cillamayor. El todavía niño estudiaba con los frailes Maristas del pueblo minero de Vallejo de Orbó «y el director, al que más adelante mataron en Barruelo en la revolución de octubre del 34», ya le había camelado para ser fraile, asegura. Dejar los hábitos Las circunstancias habían cambiado con la llegada de la República y cuando los curas y frailes fueron obligados a dejar los hábitos y a vestir de paisano le dijo a su familia que ya «no iba a un convento de novicio», señala Sandalio. Las minas de la cuencas palentinas de Orbó y Santullán habían heredado el núcleo ideológico duro de León y Asturias y los odios de las denominadas dos Españas se acrecentaban sin remedio. Barruelo de Santullán, que albergaba entonces cerca de 8.000 habitantes y superaba ampliamente en población al vecino Aguilar de Campoo por su pujanza minera, se convirtió en un auténtico polvorín a punto de estallar. «Mi entrada en el denominado ejército republicano -dice Sandalio- fue casual cuando estalló la Guerra Civil. Fue en 18 de julio de 1936, yo tenía 16 años y un primo carnal me dijo que se acercaban soldados moros del bando nacional para matarnos a todos y que lo mejor era alistarnos voluntarios pasando a la zona roja, que estaba situada en la cercana localidad cántabra de Mataporquera». Sin ideología y con lo puesto, el aspirante a miliciano recuerda que su padre sólo le dijo que «tuviera cuidado cuando cogiera un fusil». De Mataporquera a Reinosa y de allí a Cabezón de la Sal «a pasar hambre y a forzar al denominado comité de guerra republicano a que nos admitiera pese a nuestra juventud en el frente, lo que logramos con un sueldo diario de dos duros, mantenidos y vestidos, con un fúsil en la mano y el único afán de sobrevivir a una guerra», apunta conmovido. Fueron diez largos meses en las trincheras cerca del puerto del Escudo, en Concorte (Burgos), «jugándome la piel, entre tiros cruzados, viendo muertos y heridos», explica Sandalio, quien recuerda que en el año 37 fue hecho prisionero en Santander cuando la ciudad fue tomada por el ejército franquista. Estuvo cinco meses en un campo de concentración en el pueblo cántabro de Corván, para pasar después a la prisión de Los Escolapios, en Bilbao, donde permaneció un año más. «Con 19 años me excarcelaron y no me formaron Consejo de Guerra porque a Dios gracias entendieron que yo era sólo un voluntario y pasé obligado a ser un soldado más del lado de Franco», asevera Sandalio. Prisionero en Cantabria Antes explica que en su etapa como prisionero en el campo de concentración cántabro pasó «mucha hambre y calamidades en 57 días sin comer caliente con dos chuscos de pan y un bote de un kilo de carne fría para cuatro personas cada 24 horas. En la prisión de Bilbao las cosas cambiaron porque nos daban café, comida y cena». Sandalio Revilla todavía tuvo tiempo de ir al frente y esta vez cambiando el uniforme republicano por el nacional. «De la prisión de Bilbao me llevaron a Estella, en Navarra, y de allí a combatir otros dos meses a Granada viendo otra vez de cerca la muerte pero sin haber tenido nunca ni un rasponazo. Aquí el enemigo estaba muy lejos y apenas había fuego cruzado al ser el final de la Guerra Civil», explica. Apuesta por la paz De su experiencia no le queda más que una reflexión de tinte pacifista: «Muchos sabemos lo que es una guerra. Lo mejor es no conocerla porque sólo conlleva calamidades y lamentaciones y el que gana al final también ha perdido mucho». Pasó cuatro años y medio muy duros en plena juventud sin ver a su familia «a la que afortunadamente, a mi vuelta, no habían metido en la cárcel», señala el protagonista de un litigio bélico que empalmó con el servicio militar entre agosto del 36 y mayo del 42 cuando se licenció. Este montañés soltero aún ha tenido que convivir con otra lacra fruto del odio que aún pervive en ciertos núcleos de la sociedad española. El protagonista de una historia bélica de infausto recuerdo concluye, coincidiendo la entrevista con el día en que la Constitución cumple 25 años, que «el odio que dividió a las dos España ya se olvidó». El presidente de la Junta de Castilla y León, Juan Vicente Herrera, presenta hoy en el aeropuerto burgalés de Villafría el nuevo helicóptero sanitario que tendrá su base en Burgos. Con estas nuevas dotaciones, la Junta de Castilla y León adelanta en dos años el cumplimiento del Plan Estratégico de Urgencias y Emergencias de Castilla y León,

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