Vidas entre rejas
Santa María de Huerta (Soria) acogió este fin de semana a una treintena de reclusos para participar en un campamento de reunificación familiar, lejos de sus prisiones
Marian y Jacqueline viven realidades pasadas y presentes similares. Las dos son reclusas, comparten amor entre barrotes con sus parejas, tienen bebés de poco más de un año de edad y cumplen condenas por delitos contra la salud pública, además, tienen la misma edad: 33 años. Ambas participarán hasta el próximo lunes, junto a otra treintena de internos en un campamento de reunificación familiar para población reclusa que comenzó el martes en Santa María de Huerta (Soria), organizado por la Asociación Horizontes Abiertos e Instituciones Penitenciarias. Esta actividad les ofrece, durante siete días, participar en compañía de sus parejas e hijos en actividades de normalización. El programa se desarrolla desde 1995 y permite a los reclusos «desconectar» por unos días de la rutina de vivir en prisión. Visitas culturales y turísticas, participación en sesiones de convivencia y la interpretación de obras de teatro constituyen la programación de los actos que hasta el lunes disfutarán los participantes, entre 20 y 40 años. Sentirse persona Marian, de origen marroquí, cumple una condena de dos años y diez meses de prisión, al igual que su pareja con quien tuvo a su hijo Ismael en prisión. El martes pudo visitar el monasterio cisterciense de la localidad y compartir confidencias con sus actuales compañeros que proceden de las cárceles de Dueñas (Palencia), Soto del Real y Aranjuez, estas dos últimas en Madrid. Esta actividad se suma a otras muchas que ha realizado desde su estancia en prisión. Durante casi tres años, ha recibido clases de español, ha realizado diferentes talleres y en los últimos 14 meses se ha dedicado al cuidado de su hijo. Hoy valora la experiencia y asegura que se siente persona: «Aquí no hay vigilantes, todos somos iguales». En este sentido se pronuncia la coordinadora del campamento y miembro de la asociación, Fátima Vicens, que además destaca el interés de Marian por participar en el campamento, a pesar de su inmediata salida de la cárcel. Entre los pasillos del monasterio lleno de turistas, Marian sueña con su nueva etapa y el inicio de su verdadera aventura en España. Quiere trabajar como cocinera. Los tres volverán a Navarra, provincia en la que su compañero trabajará en el campo. Entonces comenzará su nueva vida, aunque en su memoria siempre estará el día en que miembros de las Fuerzas de Seguridad del Estado les responsabilizaron de un paquete de droga que habían encontrado. «Nosotros trabajábamos en un restaurante y habíamos quedado con un amigo, también marroquí, que nos fue a visitar, poco después vino la Guardia Civil y encontraron seis kilos de hachís cuya propiedad nos atribuyeron a nosotros dos». Desde entonces, ella ha ocultado a sus padres y a parte de su familia el suceso, la estancia en prisión y la realidad de la aventura española. «Salvo dos hermanas, mis padres y el resto de la familia creen que estoy trabajando pero para nada se imaginan que estoy en prisión», Futuro incierto Sobre el frío piso del monasterio camina otra compañera de Marian, que cumple igualmente condena por tráfico de drogas, tuvo a su niño entre rejas y comparte con padre e hijo una semana de reunificación familiar en Soria. Sin embargo, Jacqueline mira al futuro con un semblante de dudas y desde la lejanía. Su presencia en la cárcel de Aranjuez, en Madrid, deberá prolongarse por otros cuatro años y medio más. Su compañero y ella ingirieron varias bolas de cocaína que querían entregar en España. En el aeropuerto, ambos fueron sorprendidos con dos kilos de polvo blanco en cada uno de los aparatos digestivos. Hace 15 meses parió a un bebé engendrado con su pareja actual, un colombiano que trabaja en el taller de prisión, con el que sufre lo que consideran un castigo «excesivo» por confesar desde el principio ser los propietarios de cuatro kilos de cocaína que pretendían colocar en España. Esta pareja de reclusos reside en un módulo familiar y puede disfrutar del bebé mientras continúe la pena en la prisión madrileña. Jacqueline confiesa «estar agobiada» a pesar de que este tipo de campamentos es «un escape» a la rutina y «es otro mundo, resulta muy agradable».