Diario de León

FÉLIX PADÍN BADILLO

«Nos hicieron herejías, pero no lograron convencernos»

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Félix Padín Badillo se presentó como voluntario del ejército republicano el primer día de la Guerra Civil española. Desde ese momento sus manos cogieron un fusil para defender su ideología frente al levantamiento de las tropas franquistas. Tenía sólo 20 años y junto a él estaban sus dos hermanos, el mayor y el pequeño. «No podíamos estar los tres en el frente, pero el pequeño se empeñó en acompañarnos siempre», recuerda. Un poco menos de un año después de ponerse la gorra del ejército fue arrestado por las tropas franquistas en Bilbao. «Nos dijeron que los que no tuvieran responsabilidades en sindicatos u organizaciones y los que no fueran cargos del ejército no iban a ser fusilados. Yo era teniente, así que vi claro que hasta ahí había llegado», asegura Padín mientras habla y recuerda sus tres años de prisionero de guerra. No se explica por qué, pero sigue vivo tras pasar por lo que él llama como «depuración», el tifus que cogió en el campo de concentración de Miranda de Ebro (Burgos) y de construir muchas trincheras en el medio de las dos líneas de frente. «A un lado estaban los republicanos, a otro los franquistas y nosotros en el medio con picos y palas. No sé cuántos cayeron, pero seguro que más de 70 compañeros murieron en el cruce de fuegos». A su espalda lleva tres años de «humillaciones y malos tratos». «Las condiciones eran muy malas, dormíamos en el barro y nos lavábamos en el río que había al lado al que iban a parar los excrementos de los presos», asegura para a continuación afirmar: ««Querían eliminarnos, no convencernos con buenas artes sino por medio de la dureza. Nos maltrataron y nos hicieron herejías, pero no lograron convencernos». Llegó al campo de concentración de Miranda de Ebro, localidad en la que ahora reside , el 8 de diciembre de 1937 y fue liberado en 1940, pero no tuvo una vida fácil. «Eras un raro y la gente te señalaba por la calle y no te hablaba, ni tus propios compañeros de trabajo te dirigían la palabra», declara. A pesar de todo nunca bajó la cabeza y hoy, a sus 88 años, continúa yendo a diario al sindicato al que pertenecía antes del conflicto.

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