Diario de León

Admiración y gratitud

Aunque sus últimos años estuvieron atenazados por un frágil estado de salud, sus discípulos nunca olvidarán el estímulo y el entusiasmo que siempre les transmitió un auténtico maestro

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Isabel Cantón Mayo / Manuel López-Moy - salamanca
León

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Durante muchos años -los de una gran sequía universitaria ha sido una queja común la de denunciar para toda una generación joven- que abordamos el estudio superior de la enseñanza sin maestros; todos sabíamos que en esta ausencia habían excepciones: afortunados eran los que contaban con un maestro, con un estímulo y un acicate; los ha habido y como sucede siempre es de justicia recordar, alabar y procurar imitar a los que han sabido ejercer la condición sublime de maestro. Los que suscriben, y muchos más saben que el gran profesor -en Valencia y en Salamanca, por teléfono o por carta- ha sabido transmitir el entusiasmo; despejar las dudas por hondas que fueren. Los últimos años del profesor Rodríguez Diéguez vinieron atenazados por un estado de salud marcadamente frágil; la economía de esfuerzos del profesor llenaba de angustia a los visitantes; todo esfuerzo se revelaba como un dispendio de una energía claramente menguante. Más de una vez eran los discípulos visitantes los que procuraban poner fin a un esfuerzo visible de un «ya no puedo más». Y de estas últimas visitas -creo que la nuestra fue la última- el alma queda llena de admiración y de gratitud. Por encima de cualquier otra consideración -no digamos de la vulgar aceptación de que todos tenemos que vivir cada día porque un día será el último- persiste esta gran lección, la que deriva de su inigualable magisterio, en esta materia no caben rivales para la vida y la obra del profesor Rodríguez Diéguez: como supo decir el gran Antonio Machado, con ocasión de la muerte de Francisco Giner de los Ríos: «Le haremos un duelo de labores y esperanzas».

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