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Andrés Trapiello: «Es sospechoso que todo el mundo sea vanguardista»

El escritor leonés entrega a la imprenta su último volumen de diarios, «Troppo vero»

Imagen de archivo del escritor leonés Andrés Trapiello, que publica un nuevo libro de diarios.

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antonio paniagua | madrid
León

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Andrés Trapiello es un escritor leonés para quien es tan importante el sentir como el decir, que se asoma al mundo como el fotógrafo minutero se acerca a la mirilla. Es por tanto una rara avis en el panorama literario, navega a contracorriente y no puede reprimir un cierto sentimiento de soledad en su oficio. No por ello aborda la vida con pesimismo. Como se puede apreciar en la última entrega de su diarios, Troppo vero ( Editorial Pre-textos), a Trapiello le gusta celebrar la vida. En estas páginas, el autor presenta de manera organizada «aquello que no tiene sentido, que es lo que distingue a la vida». Al prosista le concita desconfianza y le «resulta sospechoso que todo el mundo se presente como vanguardista». «Han conseguido hacer creer a la tropa que toda la tropa es vanguardia. Y ahí hay algo que falla», sentencia. Trapiello lleva a gala el ser un escritor realista y reivindica a escritores que ahora está de moda vapulear, como Galdós y Baroja. Admirador de José Jiménez Lozano, Trapiello lee también a colegas que cultivan el género del diario, como Juan Manuel Bonet, Valentín Puig, García Martín o José Carlos Llop. En cambio no comulga con la versión cibernética, los blogs, en los que abunda la saña. «Me recuerdan unas escenas que yo detestaba de niño, cuando la gente iba indefectiblemente a las tertulias de pueblo, en el café o el casino, para lanzarse pullas y hacerse daño». Son frecuentes en las páginas de Troppo vero las arremetidas de Trapiello contra el arte abstracto, «una broma pesada que dura muchos años». Arguye que hay excepciones, pero «en general, el arte moderno no deja de ser una de las disciplinas que ha desarrollado el alto diseño».

Las Viñas. Como en anteriores entregas, Trapiello habla en esta ocasión de su estancia en su casa de campo de Las Viñas, las citas con sus amigos, las presentaciones de libros, las visitas a las almonedas, al tiempo que se revuelve contra la impostura de muchos de sus colegas y, en definitiva, se detiene para contemplar la vida sin ánimo narcisista. «Siempre he dicho que escribo los diarios porque no tengo nada que contar de mí mismo».

En ese trabajo absorbente al que dedica muchas horas al día, Trapiello trata al escribir de «no que se le peralte el estilo. El mejor estilo es el que no se siente, el que respiras sin darte cuenta». En ese quehacer hace suyas las palabras de su maestro Juan Ramón Jiménez, quien dejó dicho: «Quien escribe como se habla llegará en lo porvenir más lejos que quien escribe como se escribe». Por eso, siguiendo esta premisa, la de estar bien atento a la calle y a la vida corriente de las personas, encuentra su modelo en Cervantes. El novelista, poeta y ensayista narra en este volumen sus excursiones por el Rastro con espíritu de buhonero, a la búsqueda de cosas viejas, ya sea una postal, un calendario, un libro o cualquier otro documento que resume ese «modo de vida no alterado» que tienen las cosas antiguas y que «nos remiten a una verdad más pura, más genuina, más original y en el fondo más verdadera». Como su admirado Benjamin, quien se definía a sí mismo como un trapero de la historia, el autor cree que «al restituir la voz a aquéllos que no la han tenido, la verdad resulta más pura».

Recogimiento lírico. Niega el tópico de que en los tiempos actuales no se pueda hacer literatura con buenos sentimientos y acepta que haya gente a la que no le gustan lo que él llama pasajes «agropecuarios» de sus libros, momentos de recogimiento lírico ante la contemplación de la naturaleza. «Juan Ramón Jiménez recordaba que su madre le decía aquello de -˜la rosa no cansa-™. De hecho, yo diría que se pueden hacer muy pocas cosas en la literatura fuera de la rosa como tema». Ya van dieciséis entregas de El salón de de los pasos perdidos , los diarios de Trapiello que el escritor se empeña en llamar novelas y que cumplen 20 años. Y es que, como aduce en el prólogo, «estos libros al escribirse día a día son diarios, pero al publicarse cinco o seis años después, con sus enmiendas, añadidos y supresiones son novela».

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