Diario de León

Reportaje | e. gancedo

«Se vive bien por el sacrificio de otros»

«Piorno» sumerge al lector en el día a día de una familia diezmada por la silicosis y las penalidades en la novela «La senda de aquella mina», ambientada en las cuencas de Laciana y Turón

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Bajo el seudónimo, muy montañés, de Piorno , encuentran los lectores un autor que conoce bien el mundo sobre el que escribe; un mundo hecho de mina, brañas, ganado, trabajo duro y memoria. Y en parte para que no se pierda el recuerdo de aquel tiempo de esfuerzos sin cuento y también de caciques sin escrúpulos saca a la luz obras honestas y directas. La última de ellas es la novela La senda de aquella mina (ediciones Piélago del Moro).

«El libro está basado en hechos reales. Hay en él un 80% de realidad y un 20% de ficción -"explica Piorno -". La familia protagonista, como otras muchas de aquellos tiempos y teniendo la mina como único sustento, al faltar el padre por la silicosis, se ve obligada a afrontar una situación que, más que difícil, era desesperada. Baste pensar en una madre con dos hijos, sin ingresos de ningún tipo. Y, si como sucedió en este caso, todo el esfuerzo económico realizado durante años (aquí entra ya en juego la Guerra Civil) queda reducido a cenizas, creo que hace falta un enorme valor para no dejarse caer y continuar luchando».

Y es que, ciñéndose a las cuencas en las que se desarrolla la trama (la leonesa de Laciana y la asturiana de Turón), recuerda Piorno que «deben gran parte de su bienestar actual al enorme sacrificio que, para poder subsistir, hicieron aquellas gentes».

En La senda de aquella mina , el autor dice haber tratado de narrar «la historia de una familia minera; historia cargada de miedos, vejaciones y dificultades». «Y si alguna pretensión he tenido al escribir esta novela -"continúa-" en ningún momento ha sido otra que la de hacer protagonistas a muchas familias mineras de aquellos tiempos; no me cabe duda de que sus sucesores se verán identificados en la trama. También he sentido el irrefrenable deseo de reflejar hasta qué extremos el egoísmo sin escrúpulos de unos pocos es capaz de destrozar la vida de muchos otros».

Respecto al hecho de si hoy en día la sociedad es consciente de la labor de aquellas gentes, Piorno cree que «sólo quien vivió aquella época guarda en su memoria lo que aquellos hombres trabajaron, y en qué condiciones. Y, aún así, no todos son conscientes de ello, pues la acomodación de los tiempos actuales lleva a que mucha gente vea las cosas a través de un prisma diferente». A este respecto, opina que le «duele» leer cuando «algún intelectual, afortunadamente, muy de tarde en tarde, escribe algún artículo sobre la vida de los mineros, sin haber vivido entre ellos, y la califica de épica. De no haber muerto, podríamos preguntar a Dionisio El Mosco de Villager si levantarse todos los días a las cinco de la mañana para, además de trabajar a dos relevos en la mina, atender a sus vacas y demás labores de labranza, tenía algo de épico».

Por eso «las gentes llanas de las cuencas mineras no solamente no se sienten avergonzadas de aquello sino que pasean orgullosas su estirpe minera», argumenta Piorno , quien, no obstante, cree que alguien sí que debería avergonzarse; «no de la minería como tal, sino del abandono, penurias y olvido al que tuvieron sometidos a los mineros, y no sólo en los tiempos que narra la novela».

Prueba de que al menos en Laciana «nadie olvida a sus mineros» son iniciativas como la del Lacianiego del Año, «cuya edición de hace dos o tres años recayó en mineros de aquellos tiempos. La celebración del acto de entrega de diplomas a una veintena de viejos mineros, supervivientes a duras penas, que representaban a todos sus compañeros de épocas pasadas, fue francamente emotiva».

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