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EL INVENTO DEL MALIGNO

El guión de la historia

Publicado por
Javier Martín Domínguez
León

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El invento del maligno

A dolfo Suárez regresa de nuevo. Como en las sagas cinematográficas de éxito, esta semana llega a nuestras pantallas de televisión Suárez-2 . Vuelve envuelto en un curioso trasunto de marca que vende y de héroe necesitado para un país en crisis. Da la impresión de que, cuando una nación bucea tan a menudo en la nostalgia, es que debe sentir cierta incomodidad con el presente. Juguete roto de aquella epopeya política conocida como la Transición, Adolfo Suárez es la pieza central de esta apoteosis de la memorabilia televisiva que se inició con Cuéntame cómo paso y que ahora gotea con variadas tv movies. El nuevo filón de estos remozados episodios nacionales a buen seguro que nos traerá futuras entregas con los Gutiérrez Mellado, Girón, Carrillo o La Pasionaria como protagonistas.

La revisión televisiva de este periodo tuvo su fórmula magistral, basada en el verismo y la reverencia, con la serie documental de Victoria Prego. Ahora -"desde el libro de Cercas a los telefilms historicistas-" estamos en una revisión autoral de los hechos. Cuando el tiempo pasado se lleva, no al terreno del documental, sino el de la ficción documentada, el morbo se alimenta con la recreación de los episodios ocultos (las escenas de cama con su esposa, de despacho con Carmen Díez de Ribera o del salón de pasos perdidos del Congreso en las horas tensas del 23-F). Ahí es donde el guionista clava su aguijón. El parecido de los actores y su ejemplar actuación habría que darlos por supuestos, como la pericia del director. Pero sacar a flote los pasajes secretos o prohibidos es lo que endulza de verdad el caramelo de la nostalgia. Para los que vivimos aquellos momentos, en los que nos creímos protagonistas activos del cambio, la curiosidad por nuestro pasado se nos antoja también decepción. Nos vemos ahora desprovistos de papel, convertidos en mero voto o, aún peor, en escueto dato de rating. Para nosotros, aquel fue el momento en que la Historia con mayúsculas dejó de serlo, para convertirse en mero marketing político. Está visto que la clave -"de la película y de la Historia-" está en quien escribe el guión.