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EL INVENTO DEL MALIGNO

Vete, María Antonia

Publicado por
José Javier Esparza
León

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El invento del maligno

Pues casi mejor que lo dejes y te marches, ¿no? Ya son sesenta y cinco años, ya has cumplido con la sociedad, lo de retrasar la jubilación aún no ha entrado en vigor y nada te impide retirarte a tu casa, o a tus negocios, o a lo que sea, mientras aún te quede un poquito de sentido común y el personal te respete. Después del espectáculo de la otra noche en La Noria , querida María Antonia Iglesias, creo de verdad que lo mejor que podrías hacer es quitarte de en medio, desaparecer discretamente y dejar que el tiempo sepulte tu memoria, como a todos nos ha de pasar. Has demostrado sobradamente, querida, que no estás en condiciones de juzgar sensatamente lo que pasa a tu alrededor. Y no por la edad, no, sino porque demasiados años de política y periodismo te han alterado completamente la visión cabal de las cosas. Cuando uno tiene delante un caso como el de Mari Luz Cortés y lo único que se le ocurre es mirar el aspecto politiquero del asunto, que si beneficia a Zapatero o le perjudica, que si es de derechas o de izquierdas, que si es progre o carca; cuando uno tiene ante sí a un padre al que le han matado a una hija y lo único que se le ocurre es llamarle «padre espectáculo», entonces es que uno, querida, ha perdido completamente el sentido de la realidad. Porque la realidad no es la politiquería, la propaganda, el marketing de partido, la tele y La Noria que te paga, no; la realidad es el cadáver de esa niña, el tipo que la ha matado, la Justicia que falla y la familia que está sufriendo las consecuencias. Y si uno ya no es capaz de apreciar la diferencia, si uno ya no puede mirar al mundo sin que la visión se le deforme por el interés de partido y el cálculo electoral y el circo televisivo, entonces lo mejor que uno puede hacer, por higiene mental propia y ajena, es inhibir el juicio, callar la boca y dejar que la vida, ahí fuera, siga su curso. Vete, María Antonia. Aún estás a tiempo de salir por una puerta razonablemente grande. De verdad que sí. Antes de que sea el público, con sus burdas maneras, quien pida a voces que te echen.

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