EL INVENTO DEL MALIGNO
Andreíta
El invento del maligno
G rueso follón se ha liado por la aparición estelar de Andreíta, la niña de la Esteban, en un programa de Ana Rosa. «¡Pecado!», gritan los fiscales del brazo popular. «¡Explotación de la infancia!», braman las buenas conciencias. Ana Rosa, por si acaso, se ha apresurado a quitar hierro al asunto, pero dejando caer que toda la responsabilidad es de Belén.
Y aquí es donde mucho nos tememos que nuestra heroína mediática va a encontrar el final del camino. Hay laureles que se ajan a toda velocidad. Los hay también que brotan no se sabe muy bien por qué y que de repente se amustian por razones igualmente baladíes. Lo de Belén es otra cosa. Aquí ya dijimos, cuando su operación, que el icono Esteban había firmado su fecha de caducidad con el cambio quirúrgico. ¿Por qué? Porque el cirujano ha desterrado del rostro de esta mujer cualquier vestigio vulgar, de calle, de barrio, cualquier huella popular y proletaria -"la nariz boxeada, la boca en mueca amarga, los ojos saltones de perplejidad-", pero eran justamente esas cosas las que conferían al icono Esteban su fuerza de atracción entre un sector concreto del público.
Ahora, con el cambio, Belén ha dejado de ser una mujer a la que se le perdona todo «porque es de los nuestros» para convertirse en un póster, un cartel, una foto como las hay a cientos. Y los sentimientos que inspira ya no son los de la compasión automática -"muy mezclados con la solidaridad de clase-", sino la misma distancia crítica que la masa aplica a esos iconos de la fama cuya imagen devora para excretarla después. Ahora ha sido lo de la niña Andreíta.
De repente, «la Belén», a la que todo el mundo defendía hiciera lo que hiciera, se ve trasladada al banquillo de los acusados, como si fuera una Campanario cualquiera. La Esteban ha cambiado de lado. Repudió al pueblo por una cara bonita y ahora tiene la cara -"eludo otras valoraciones-", pero se está quedando sin el pueblo. Ahora el gentío la arrastrará por el lodo. Y luego, contrito, le cantará lo del trágico tango: «Sabrás cuánto te amé/ un día al despertar/ sin fe ni maquillaje».