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León

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Crítica | m. á. nepomuceno

Si existe una ópera clásica en la que el tema de la homosexualidad resulta más evidente, esa es sin duda Eugenio Oneguin , de Chaikovski. Oneguin jamás está enamorado de Tatiana, y prefiere dirigir sus atenciones a Lensky, al que mata como si fuera su alter-ego, reflejo a su vez de las inclinaciones erráticas del propio compositor. Si al final parece querer a Tatiana es sólo una justificación a su desesperación, pero nunca un amor total.

Servida con sobriedad, hieratismo y distanciamiento, característica, por otro lado general de las compañías centroeuropeas y del Este, el Oneguin que pudimos degustar el pasado jueves en el Auditorio adolecía de sentimientos. A una puesta en escena correcta y minimalista se unió un dirección de actores-cantantes aséptica, como figuras que se trasladan de un lugar a otro sin alma ni pasión. En más de una ocasión, la endeble orquesta convirtió la hermosa polonesa en una suerte de gallarda sin gusto ni medida. Pese a leves pifias del viento como la sucedida con la trompeta precisamente en la entrada de la célebre polonesa y los diferentes desajustes de la madera, la producción checa mantuvo el buen nivel canoro del día anterior, incluso lo elevó en algunos momentos al dar vida a personajes tan expresivos como Tatiana, Olga o Larina.

Corrección vocal. La primera fue creíble, con una voz de soprano lírica redonda, de timbre impersonal y buena vocalidad, a la que hay que unir un fiato generoso, aunque el fraseo, un tanto nasal, no mantuvo el lirismo requerido para su personaje y lo convirtió en excesivamente dramático. Dio correcta réplica al envarado Oneguin, barítono de excelente voz pero de escasa expresividad y tan poco metido en el personaje que lo desdibujó hasta hacerlo parecer un maitre de hotel más que un caballero. Lensky, tenor lírico de voz hermosa y cuidada afinación, hizo de su personaje un correcto galán ultrajado, apoyándose en una acertada comprensión del personaje, dolido y enérgico. Cantó su hermosa aria con buena dicción, fraseo amplio y medida expresividad.

Olga lució una voz sombría, que en los graves resultó particularmente interesante. Larina, mezzo-dramática muy creíble, y el prícipe Gremlin, bajo-cantante, encantador y señorial. El vestuario de época, simple pero digno, y los decorados demasiado funcionales y simples no desmerecieron al resto de la puesta en escena. Un correcto aunque desalmado Oneguin .

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