El secreto del Oscar
Opinión | J. M. DOMÍNGUEZ
Tocar el Oscar no sólo produce alegría y popularidad. Es un pasaporte seguro al incremento de taquilla de una película, los contratos a futuro de los protagonistas y el establecimiento de los productores en el circuito de los grandes. Por eso es tan codiciado. En un programa especial para televisión sobre los Oscar, pregunté hace años al productor de Belle Epoque, Andrés Vicente Gómez, qué hay que hacer para conseguirlo.
«Te recomiendan que contrates una buena compañía de relaciones públicas. Yo contraté dos». Ahora ha cambiado el sistema de votación para la película en habla no inglesa. Con independencia de la estrategia de promoción, la clave está en tener una buena película. Tampoco hace daño, sino todo lo contrario, que sea en español.
La representación de actores, productores, cortos o largos de ascendencia española o latina era más numerosa que cualquier otra. Sin duda porque lo hacen bien, y porque venden bien. A base de tesón, Gerardo Herrero y Mariela Besuievsky de Tornasol han coronado la cima de su carrera cinematográfica como productores con El secreto de sus ojos, que incomprensiblemente se fue de vacío en San Sebastián.
En el mismo año han producido a Coppola en Tetro, y a Tanovic en Triage, que inauguró el Festival de Sevilla. La ceremonia televisada estuvo trufada de presencias españolas y latinas desde el primer minuto.
1397124194 Un guiño a los jóvenes. Penélope Cruz inauguró la entrega de estatuillas. Luego apareció Cameron Díaz, planos de Banderas y de Bardem, más Almodóvar para tirar del público hispano y ganar espectadores. La retransmisión hizo enseguida un guiño a los jóvenes, con el homenaje al fallecido John Hugues y sus actores adolescentes de Todo en un día.
La secuencia fue excesivamente larga para su mérito, pero los guionistas sabían a quien tenían que vender. Hispanos, negros, jóvenes, maduros, todos representados en dosis suficientes para atraer a todos los públicos.
Además como en un buen guión, la gala era una batalla entre dos divorciados luchando por el máximo galardón. Ganó ella, como piden los cánones de lo políticamente correcto. Y como aconsejan las reglas del negocio: Avatar ya no necesita más mercado, pero sí En tierra hostil, de Kathryn Bigelow, primera directora que toca la calva dorada de Oscar.