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León

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El invento del maligno josé javier esparza

Yola Berrocal ha dicho que le gustaría presentar un programa para niños. Hace poco, Kiko Rivera, ex Paquirrín, aseguraba también que «no descartaba presentar un programa». Y si Kiko lo dice, ¿por qué no lo va a decir Yola? Cualquier cosa es posible en nuestra pantalla tal y como están las cosas, desde luego, pero a mí me parece que esta muchacha ha confundido las cosas. Es verdad que del mundo de la tele infantil ha salido algún telefriki , y el caso más notorio es el de Leticia Sabater. Ahora bien, el camino es el inverso al que Yola pretende: uno empieza, primero, presentando programas, y a partir de ahí puede emprender la carrera de friki, pero no al revés. Esto está en la misma naturaleza del friki: el friki televisivo es un desecho, un juguete roto, uno que empieza siendo famoso por algo y después, víctima de la droga de la fama, termina haciendo el ridículo a cualquier precio.

La tele encuentra un morboso gusto en este tipo de destrucciones: nada le gusta más que exhibir despojos. En eso Leticia Sabater ha recorrido un buen camino, y no había más que verla la otra noche respondiendo a una brasileña de aspecto más bien sucio que la acusaba (a ella, a Leticia) de acoso sexual. Pero, claro, todo esto ha sido después, es decir, que ha habido un antes. Lo de Yola Berrocal es completamente distinto: ella empezó siendo friki (cuando alguien le dijo que eso era un trabajo para toda la vida) y desde entonces no ha hecho otra cosa que explotar al máximo partido a su condición. Y aunque no quepa descartar la hipótesis de que cualquier día presente un informativo, parece claro que su perfil ya no interesa a las productoras. ¿Por qué? Porque en Yola ya no queda nada por romper: se ha roto ella sola con jovial vehemencia y prácticamente sin descanso. A estas alturas, ¿a quién le interesa Yola Berrocal? A nadie. Esta señora ya tiene casi cuarenta años, no le resta ni un centímetro de anatomía por operarse y ha hecho tantas tonterías que nada de lo que haga puede escandalizar. Lo siento, chica: pasó el tren. Nunca debiste meter la cabeza debajo.