El otro beso
Crítica
E n España es inveterada costumbre que el paisanaje, en viendo una tontería, rompa a imitarla de manera masiva. Y así el beso de Iker y Sara, además de las innumerables imitaciones populares que Telecinco nos ha mostrado estos días, ha tenido un émulo (o émula) en su cadena asociada, Cuatro: la reportera de Tonterías las justas , Romina Belluscio, que asaltó al futbolista Capdevila con besucona intención.
Hay que decir que el futbolista se negó bajo la excusa «no eres mi tipo», pero ahí quedó el beso tentativo de Romina como norte del nuevo periodismo. ¿Vas a hacer una entrevista a José Blanco? No te olvides de darle un beso. Vamos a ver, un poco de seriedad, ¿no? Nadie negará que la mencionada reportera de Cuatro alberga cualidades que la hacen digna de ser besada, pero uno no ha estudiado una carrera para eso. De hecho, ya hay otros profesionales que se dedican a esos menesteres. Si aquí nos ponemos todos a hacer el payaso, puede llegar un momento en que el público se pregunte para qué sirve una profesión cuyo horizonte inmediato es ir dejando la huella de los propios morros en cualquier sujeto u objeto que se ponga a tiro. Mientras sean agradables señoritas las que van repartiendo besos por ahí, la cosa tendrá un pase; pero imagine usted que la práctica se extiende y, de pronto, un transeúnte se ve asaltado por Karmele Marchante, que le acomete con el avieso fin de marcar su repliegue musculocutáneo membranoso sobre el moflete del incauto. Si eso ocurriera, la gente huiría al ver aparecer una cámara. No es este el caso, desde luego, de Romina, estudiante de periodismo que abandonó los libros para presentarse a concursos de belleza, y con gran éxito
A Romina no le dieron el título de miss internacional, pero sí el de mejor cabellera. ¿Es lo que tenemos que hacer? ¿Dejar el periodismo y presentarnos a concursos de belleza, de mejor cabellera o de lo que sea?