el invento del maligno
Champán y sushi para todos
Escucho la palabra glamour y echo mano de la pistola que no tengo. Es un término que de tanto usarlo no significa nada. Tiene tantas capas de pintura que su utilidad para comunicar es insignificante. Lo que ya clama al cielo es que la palabrita se asocie a un programa cuyos asilvestrados concursantes deberían pasar primero por un curso de la más simple urbanidad. Me refiero a Las joyas de la corona (Telecinco), claro. A ver, ¿cómo es posible que una chica que estudia cuarto de Derecho diga que lo que más le cuesta es tratar de usted a los profesores? ¡Que nunca había tratado de usted a nadie! La reeducación de estos ejemplares es complicada porque primero se necesitaría una educación. Dicho esto, el programa ofrece lo que se esperaba a tenor de las promos, donde algunos, ante un retrato de Van Gogh decían, o bien que era un señor del Oeste, o bien que era Don Quijote. Los profesores también tienen lo suyo. Carmen Lomana («champán y sushi para todos»), que ha encontrado su sitio en la tele, es la más conocida, pero el descubrimiento es José Liberto López de la Franca, el encargado de protocolo y oratoria. Este señor de nombre tan largo es el jefe de la casa del Infante Leandro de Borbón. El tipo, que se parece al actor Alan Cumming, tuvo el cuajo de recitar en el plató a San Juan de la Cruz, cuando esos chicos no pasan de «Mi corazón palpita como una patata frita». El plató (lastre de los programas españoles) era de caerse.
Feísimo y con los concursantes disfrazados como para pasar la Nochevieja en una discoteca del polígono. Las imágenes de la casa, sin embargo, tienen el mismo aspecto de los realities de la MTV. Por lo demás, toneladas de eyeliner , piercings , manicura francesa, el peinado del carpintero de Tudela y subtítulos para todos. Porque no se pilla a ninguno. Pero lo peor de todo es el aburrimiento. «El glamour y yo nos llevamos jodidamente mal», dijo una de las concursantes. Yo me llevo mal con la tele cuando aburre.