Una productora leonesa desvela cómo viven quienes habitan en vertederos
Un equipo de Armonía Films acaba de llegar de la República Dominicana, donde ha retratado a los «buzos» o recicladores, muchos de ellos niños, y su terrible situación
Sin subvenciones y sin apoyos institucionales pero con unas altísimas dosis de entusiasmo: así afrontó la productora leonesa Armonía Films el reto de sumergirse en una situación tan desconocida como estremecedora, la de toda una población que vive casi exclusivamente de rebuscar entre las basuras, extraer aquello mínimamente aprovechable y venderlo en un mercado controlado por mafias y otros grupos violentos.
El lugar elegido fue el barrio conocido como Santa Lucía (popularmente, La Mosca ), al norte de la República Dominicana, una población, según informa la productora, «en la que las 2.500 personas que allí viven lo hacen en una situación de pobreza y marginalidad extremas». Durante casi un mes convivieron con muchas personas que viven en inimagibales condiciones sanitarias, allí y en otros puntos del país, y el resultado han sido treinta horas de grabación de las que se saldrá el documental Buceando en la esperanza .
«Casi todas las familias de ese barrio dependen de la recolección de desechos en el vertedero de Rafey, a pocos kilómetros del barrio», explica el realizador Tomás Martínez, responsable de esta productora que se ha especializado en temas sociales, como las secuelas de los accidentes de tráfico ( En un segundo ) o el recuerdo de los maquis ( Girón, el hombre que murió dos veces ).
«Entre las grandes dificultades de supervivencia que afectan al barrio está la crítica situación de salud de sus habitantes, deteriorada -"añade Martínez-" por las críticas condiciones del entorno y por la relación directa con el vertedero. En este punto los más perjudicados son los más vulnerables, los niños, quienes también se ven obligados a trabajar en él». El paro galopante, la alta tasa de analfabetismo y la ausencia total de servicios básicos (alcantarillado, drenaje pluvial, agua corriente, etc.) complican la situación. Abundarán en el filme, por tanto, las imágenes de explotación e indigencia (sin olvidar las frecuentes enfermedades de la piel y pulmonares) pero tampoco están ausentes la valentía y la fuerza vital que anima a muchos de sus pobladores.
«A los niños y niñas que trabajan en Rafey se les conoce como buzos porque, literalmente, bucean entre los desperdicios para extraer lo aprovechable: no van a la escuela porque se pasan el día trabajando y entregando materiales a sus padres», relata el director. Ropa, alimentos, todo tipo de artículos y electrodomésticos que exhalan gases venenosos son inspeccionados por gentes de todas las edades y sexos en medio de un intenso calor y un hedor insoportable.
«De todas formas, no queremos limitarnos a transmitir una de las peores formas de trabajo imaginables, también planteamos soluciones y vías de escape», remarca Tomás Martínez.