Tudor

El invento del maligno

TVE-1 ha despedido esta semana la serie anglosajona Los Tudor . Ha sido un completo éxito: cerraba temporada con una cuota del 24,8%, más de cuatro millones de espectadores. Es llamativo que el éxito haya sido, además, progresivo: a medida que los capítulos se sucedían, los espectadores aumentaban. Nadie podrá negar que la serie merece tantos laureles, porque está muy bien hecha -”a pesar de algunos resbalones históricos-” y además el guión ha introducido numerosos elementos de cebo para el gran público. No deja de ser una sorprendente casualidad -”y sí, ha sido casualidad-” que este cierre de Los Tudor coincida con la visita del Papa al Reino Unido. Todo el mundo sabe -o debería saberlo después de ver esta serie- que la Iglesia anglicana nació como producto directo de la política de Enrique VIII. Los anglicanos dicen que no, que eso sólo fue el pretexto para la eclosión de una Iglesia nacional que ya existía de hecho. No es verdad: en aquella época, siglo XVI, todas las Iglesias tenían un fuerte componente nacional -”véase la española, tan influyente entonces-” pero sólo la inglesa se independizó, y ello precisamente por la voluntad de un rey. A Los Tudor hay que reconocerle que no escatima detalles a la hora de reconstruir exactamente la sordidez de las razones que movieron a Enrique VIII, ni la sangre que hizo correr para obtener algo que en buena medida no era más que el capricho de un déspota. Al final, uno repasa las cosas que nos ha contado Los Tudor y es inevitable que las simpatías de cualquier espectador sensato vayan a dos personajes: Tomás Moro y Catalina de Aragón, la esposa de Enrique, hija de los Reyes Católicos. La figura de Catalina es impresionante tanto por las desdichas que sufrió como por la dignidad con que afrontó tanta calamidad. Los Tudor le hace justicia, aunque, desde mi punto de vista, se queda corta en el elogio. Si quiere usted saber más sobre el personaje, puede encontrar una buena historia en Catalina de Aragón. Reina de Inglaterra, de Almudena Arteaga, en la Esfera. A veces la tele sirve para leer más.