Diario de León

El invento del maligno | José Javier Esparza

Las chicas de oro

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El invento del maligno

Yo empecé a ver con mucha simpatía Las chicas de oro , pero el entusiasmo se me ha congelado en dos episodios. ¿Qué pretende aportar esta serie? Las chicas de oro es una adaptación española de la vieja telecomedia americana homónima que José Luis Moreno ha producido para nuestra televisión pública. Se estrenó con abundante promoción y estupendas cifras de audiencia. Pero, por detrás de todo eso, ¿qué más hay? No he sido capaz de encontrarlo. De las interpretaciones hay poco que decir: Concha Velasco, Carmen Maura, Lola Herrera y Alicia Hermida son cuatro reinas indiscutibles de la escena y hacen bien cualquier cosa. Todas ellas, por trayectoria, están ya en posición de interpretarse a sí mismas, pero eso, a estas alturas y en este tipo de producto, no es un defecto, sino que es exactamente lo que el público espera. Pero el problema de Las chicas de oro no está en las interpretaciones, sino en todo lo demás. La operación de TVE y José Luis Moreno parece muy clara: seducir al público de edad más avanzada, un público que constituye uno de los viveros preferentes de TVE. De paso, los guionistas salpican la historia con abundantes referencias a la «ideología de género», tal y como es norma en los productos de la televisión pública zapateriana (en la privada, también). Y el resultado, ¿cuál es? Por decirlo en dos palabras, un calco del viejo modelo americano de Las chicas de oro pasado por el tamiz de la última moda ideológica. Y nada más. Entre chistes primarios, situaciones forzadas, velos de amargura -"más densos, por cierto, que en el original americano-" y risas en lata, uno ve pasar los minutos y poco a poco va teniendo la impresión de que hay cosas mucho más importantes que hacer. Las chicas de oro fue una serie mítica de otro tiempo, cuando la tele y el mundo eran otros. Inventar una versión española actualizada es como coger a un mamut de las estepas siberianas y soltarlo en la periferia de Madrid: una ruptura del espacio y del tiempo. Y si además vestimos al mamut para que parezca un cocker, entonces el artificio ya es irreparable.

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