Alexandre

El invento del maligno josé javier esparza

D ice un tópico que en las facultades de Periodismo no se enseña nada. Eso no es verdad. Una de las experiencias más interesantes que he tenido yo fue precisamente en la facultad de Periodismo, en la Complutense, de la mano de un excelente profesor: Felicísimo Valbuena. Y la experiencia en cuestión consistía en lo siguiente: visionar la versión española de Doce hombres sin piedad, aquella excelente adaptación de Pérez Puig sobre el clásico de Reginald Rose, y estudiar las estrategias de comunicación de cada uno de los personajes. Semejante reto era posible porque los actores que encarnaban a los personajes de esa obra eran auténticos monstruos de la escena: José Bódalo, Luis Prendes, Ismael Merlo, Carlos Lemos, José María Rodero, Jesús Puente, Fernando Delgado, Antonio Casal, Rafael Alonso, Osinaga, Sancho Gracia... y Manuel Alexandre. Repase usted la lista: casi todos se nos han muerto ya dejando tras de sí una intensa estela de luz no sólo en las tablas y en el cine, sino también en la televisión, y muy singularmente en el teatro para televisión, ese género que ahora se diría casi desaparecido.

Manuel Alexandre es uno de esos actores a los que la edad ha ayudado a construir un personaje, pero su debut en el teatro televisado es muy añejo: le hemos visto -"alguno lo recordará-" en un Don Juan de 1963, en una Venganza de don Mendo de 1964, en numerosos Estudio 1 en los años setenta... Y por supuesto, en las mejores de nuestras grandes series, desde la vetusta Plinio hasta Fortunata y Jacinta pasando por la mencionada Doce hombres sin piedad y algunas más recientes como La forja de un rebelde o La Regenta . Manuel Alexandre, en fin, era un rostro inseparable de la historia de la televisión en España. Ahora se muere porque todos nos hemos de morir alguna vez. Y la pregunta que su muerte suscita, echando la vista atrás, es por qué ha desaparecido de nuestra pantalla el teatro como género televisivo. Tal vez sea por la evolución del propio medio. Si es así, mala evolución, ¿no? Descanse en paz, en fin, Manuel Alexandre.