Diario de León
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León

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José Antonio Pascual

De la Real Academia Española

Un día, con motivo de un homenaje a don Valentín García Yebra, resumí su actuación -“-“o, mejor, su conducta-“-“ en el hecho de pertenecer a ese reducido grupo de personas para las que no existen obstáculos que les lleven a abstenerse de obrar, pues no cabía en él la resignación ante las dificultades ni le importaba ir a contrapelo de casi todo y casi todos, si consideraba justa una causa. Esto ocurría incluso cuando se trataba del modo de acentuar una voz, de la forma que debiera adoptar un plural, de la cantidad que tenía una vocal en latín, de una simple letra que, a su juicio, le sobraba al sufijo de una palabra, de un uso gramatical... Ni siquiera en estos niveles había acuerdo o transacción posible con el rigor de sus principios.

Resultaba admirable su insobornable manera de actuar en este mundo movible de las palabras, de forma que muchas veces encontré en sus preferencias una orientación oportuna para mis decisiones en materia de uso lingüístico; pero me apresuro a añadir que su seguridad no la obtuvo de balde, sino que fue el resultado de un grandísimo esfuerzo. Como en el brillo de la llama es imprescindible que haya una buena cera que la sustente, la que hizo arder la suya debió ser muy fuerte, pues nos sirvió a muchos de guía, mientras él iba haciendo rendir los talentos que se le habían concedido.

Que estos no quedaran escondidos en el celemín fue una no pequeña aventura, tratándose de un miembro de aquella generación que empezó sus estudios universitarios en los inmediatos años de la posguerra; que tuvo que aprender casi a solas -“-“¡pero de qué manera tan profunda!-“-“ inglés, francés, alemán, griego, latín y varios idiomas más; que hubo de adentrarse con pocos libros, con mucha curiosidad y con gran trabajo, por los vericuetos de la Filología. Desde su cátedra de Instituto fue don Valentín capaz de adelantarse en el tiempo, enseñando con el ejemplo la importancia que tenía el conocimiento de lenguas. Igual que los libros editados por la editorial Gredos -“-“de la que fue uno de sus fundadores-“-“ se adelantaron también a su tiempo permitiendo a los aprendices de la romanística adentrarnos por las complejidades de un método nacido en otras lenguas. Accedimos así en aquellos pesados años de plomo del franquismo, en que faltaba de casi todo, a obras de maestros como Wartburg, Lausberg o Rohlfs, que nos permitieron beber en nuestra propia lengua de las fuentes del comparativismo. Igual que pudimos disponer de un diccionario etimológico como el Corominas , editado por Gredos, en un momento en que nadie se atrevía a afrontar el riesgo de sacar adelante esa obra. Hay, pues, para los filólogos de mi generación una deuda impagable con el quehacer de Valentín García Yebra; del mismo modo -“-“no quiero dejar de decirlo, aunque sea de pasada-“-“ que traductores e intérpretes tienen una deuda paralela con otras tareas -“-“docentes y de investigación-“-“ que afrontó nuestro buen académico.

Todo esto no debiera hacernos dejar de lado su comportamiento ejemplar. Lo he comprobado en estos últimos años en que la mayor parte de las veces hemos compartido don Valentín y yo las mismas ideas en la Real Academia Española -“no siempre, he de decirlo, aceptadas--; ideas, como decía antes, de una persona segura de sí misma, pero que no faltaba nunca al respeto ante cualquier propuesta diferente a la suya; de alguien capaz de callarse ante una opinión contraria ajena, o de oponerse a ella, pero sin perder la compostura. Fuera cual fuera opinión sobre las cosas, jamás vi a este hombre de palabra hacer un juego de manos para engañarnos: algo que hubiera sido imposible en quien tuvo la obsesión a que me refería al principio, de concordar decididamente su comportamiento con sus principios.

He perdido a un amigo de verdad, a un hombre de bien, a un académico ejemplar. Hemos perdido todos a alguien que calladamente, a diario, supo servir con su trabajo a nuestra lengua y que no quiso servirse de ella.

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