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Todos los caminos llevan a León

Los muchos libros de viajes escritos por autores de esta tierra para bucear en la realidad de las diferentes comarcas leonesas son una materia prima impagable para estimular áreas enteras de la provincia

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emilio gancedo | león
León

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Cuando Julio Llamazares publicó El río del olvido , los vecinos de los pueblos enclavados a orillas del Curueño comenzaron a asistir a un flujo incipiente pero constante de lectores, de las más variadas procedencias, que acudían a La Vecilla para ver si Casa Chana era tal y como se habían imaginado, y a Tolibia para preguntar por la temible casa de los duendes . Admiradores de la prosa limpia y seductora del autor de Vegamián, comprobaban cómo aquellos fantásticos paisajes montañeses de Valdeteja o de Valdorria no habían surgido solo de la imaginación de un escritor, sino que allí permanecían verdaderamente, para deleite y sugerencia de cuantos quisieran acudir a hollarlos.

Esa es la filosofía de las rutas literarias, un fenómeno cada vez más extendido, apreciado y repetido, y que cuenta con el atractivo de aunar realidad y ficción, geografía y literatura, con sus positivos efectos de estímulo para la puesta en valor del patrimonio de la zona y la reactivación de las ofertas gastronómicas y hosteleras.

Dadas estas premisas, parece difícil comprender cómo León, uno de los espacios ibéricos que no solo ha alumbrado más escritores de renombre en tan relativamente pequeño territorio, sino aquel en el que sus comarcas han sido elegidas por estos como más abundante escenario para sus novelas y libros de viajes, no haya creado rutas literarias en las que recorrer, de la mano de grandes literatos, sus diversos valles, riberas y páramos, tantas veces olvidados, y de descubrir su oculto patrimonio artístico y humano.

«La literatura leonesa, fruto en gran medida de las tradiciones orales, está profundamente ligada al territorio, a comarcas concretas ligadas a la memoria y a la experiencia de cada uno de los escritores», manifiesta el profesor y escritor Alfonso García. Por ello, si hay algún espacio geográfico que cuente con buena materia prima en cuanto a recorridos literarios por espacios determinados -"o al menos reconocibles-", «ese es León», confirma García.

El itinerario seguido en El río del olvido , obra que desde su aparición en 1990 se sigue reeditando con asiduidad, conformaría una de estas posibles rutas literarias, una de las más conocidas, pero hay más. Muchas más. José María Merino y Juan Pedro Aparicio emprendieron en 1980 un viaje iniciático siguiendo el curso del padre de los ríos leoneses que acabaría tomando forma de libro: Los caminos del Esla . Desde su nacimiento a partir de un manojo de arroyuelos en las estribaciones de los Picos de Europa hasta su muerte cerca de Villalcampo, ambos autores presencian la agonía final de la villa de Riaño, el descuido que reina en torno al yacimiento de Lancia o las posibilidades de la ciudad de Coyanza, ofreciendo jugosas reflexiones sobre el pasado y el presente de León y de lo leonés que aún son objeto de encendido debate.

 

Turismo ferroviario y montañero. Juan Pedro Aparicio también se internó en solitario en la literatura de viajes con su ya clásico El Transcantábrico , obra que no sólo hilvanó recuerdos y experiencias a lo largo de esa entrañable línea hullera de vía estrecha que une León con Bilbao sino que también tuvo un efecto directo, pues en ese libro se inspiró la puesta en marcha del tren turístico con el mismo nombre. Una buena prueba de que la literatura no son solo páginas al viento sino también posibilidades reales de crecimiento y progreso.

Pero uno de los autores, hoy también académico de la RAE, como Merino, que con mayor intensidad ha trabajado la relación del individuo con su terruño, sublimando y destilando éste hasta cotas nunca vistas es Luis Mateo Díez. Su novela Las estaciones provinciales daría para una ruta por viejos espacios de la capital leonesa, pero quizá sea La fuente de la edad , surreal excursión de una peña de amigos en busca del elixir de la eterna juventud en plena montaña occidental leonesa, la que más inspira a esa mezcla de lector, viajero y peregrino que es el aficionado a las rutas literarias. De hecho, es una de las pocas que se ha llegado a organizar desde el ayuntamiento de Villablino, aunque sin señalización fija. Los nombres de los pueblos nombrados en la obra, siempre irreales y poéticos, como en el resto de obras de Díez, impiden la localización exacta de La Omañona, Valtuera, Lutarieto o Castrocandín, aunque son situables sin duda en las comarcas de Omaña, Babia, Laciana y Luna, y hasta en la propia subida al Cueto Nidio, como proponen algunos.

Parecido caso es el de los diferentes textos incluidos en Celama , el monumento literario de Mateo Díez basado en la odisea en pos del agua del Páramo leonés, sin duda una de las comarcas que mejor podrían aprovechar este interés especial del académico por sus tierras, ya que en ellas pasó buena parte de los veranos de su niñez. Sugerencia de la infancia que también se encuentra en los siempre deliciosos cuentos de Antonio Pereira. Sus primeros años en la Cábila villafranquina llevarían al lector-viajero a recorrer la ilustrada villa del Burbia, pero otros más lo conducirían al lluvioso valle del Valcarce, a Cacabelos con sus veraneantas , sus bodegas y sus portales, a la Ponferrada fabril y hacendosa y hasta a aquella Astorga donde el maquinista del tren en el que viajaba con su padre pitaba porque siempre lo hacía «en las ciudades con obispo»...

Un Bierzo mítico para el que también existe una ruta histórica y militar, en torno a la Peña del Seo, con su mineral codiciado por los nazis, y que puede seguirse punto por punto de la mano de Raúl Guerra Garrido en El año del Wolfram . La Cabrera cuenta con otra ruta perfectamente detallada, la que Ramón Carnicer caminó en Donde las Hurdes se llaman Cabrera , cruda y exacta radiografía de una comarca que ya no es pobre y que sigue siendo tan bella como inexplorada. Olvido es lo que se respira, asimismo, leyendo Tierra mal bautizada , el libro circular de Jesús Torbado sobre su serena y agostada Tierra de Campos natal.

Caminos y letras, horizontes de párrafos. Es el regalo de estos escritores a su tierra. ¿Sabrá ésta devolverles el favor?

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