Diario de León

eNTREVISTA | PILAR DEL RÍO | PERIODISTA Y TRADUCTORA, VIUDA DE JOSÉ SARAMAGO

«José anticipó estos tiempos: comenzó una novela sobre el tráfico de armas»

«Esta bomba no matará a nadie». Dentro de un explosivo fabricado, a propósito, de manera defectuosa, se encontraba este papel. Un suceso verídico de la guerra civil esp

Pilar del Río, ayer en la capital leonesa

Pilar del Río, ayer en la capital leonesa

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Un fallo en la reserva del billete de avión que la llevará al Festival de Cine de México D.F. —se lo adelantaron un día— dejó a Pilar del Río sin dormir en León. Pero a pesar de las prisas y de la incomodidad de tener que afrontar una noche de viaje inesperado, la viuda de Saramago no renunció a presentar en el Festival Reino de León el filme José y Pilar ante un público numeroso y entusiasmado. —¿Cuántas veces ha visto esta película?

—No menos de cincuenta.

—¿Le gusta? ¿Qué siente cuándo la ve?

—Me gusta, me gusta mucho. Es como pasar, de nuevo, una tarde con José. Me gusta verle, pero verle así, con su `rectitud´, y no me refiero solo a su rectitud moral, que también, sino a verlo erguido, lleno aún de fuerza.

—¿Fue difícil, incómodo, vivir a lo largo de cuatro años con un equipo de rodaje, aunque fuera de manera intermitente?

—No, en realidad fue fácil porque establecimos un pacto: ellos no interferían en nuestra vida y nosotros no nos metíamos en su trabajo. Al final llegaron a ser hasta parte de la familia, incluso discutíamos. A veces decíamos José y yo: `Bueno, esto seguro que no lo ponen´. Y justo esas cosas salieron todas. Al director, por ejemplo, que es un profesional increíble, le vimos crecer, hizo la película entre los 28 y los 32 años. De hecho, solo viendo parte de su trabajo, el director Fernando Meirelles y la productora de Almodóvar decidieron apoyar la producción.

—La película está llena de momentos entrañables...

—Sí. Ten en cuenta que yo tengo catorce hermanos y los encuentros familiares, con los hijos y nietos, son multitudinarios. José nos llamaba, divertido, `los energúmenos´. Hay una escena en la que se ve a muchos de ellos haciendo la ola frente a una de las ventanas del Hospital, cuando José ya estaba en la UCI, porque no les dejaban entrar.

—¿Cómo está recibiendo el público la película?

—Cualquier persona con un mínimo de sensibilidad se emociona al verla. No hace falta que sea uno cinéfilo ni lector de Saramago. Sólo con el comienzo, ese viaje en barco desde Graciosa a Lanzarote, con esa música... es una película (porque es película, con su planteamiento, nudo y desenlace) maravillosa.

—¿De dónde sacaba José Saramago esos mundos tan sugerentes y significativos?

—En la ceremonia de entrega del Nobel, José habló de la compasión, un concepto que solemos vincular con el cristianismo, pero que para él era común a toda la especie. Pero si se encuentra en todos los seres humanos, ¿dónde se esconde? ¿Vivimos en un mundo de ciegos, de gentes que han perdido la vista repentinamente, o de personas que no quieren ver? De ahí vienen el Ensayo sobre la ceguera o el Ensayo sobre la lucidez. Todos sus mundos proceden de sus preguntas, de sus dudas, de plantearse cosas: ¿qué pasaría si la muerte dejara de actuar? ¿y si la península se rompiese y se fuese navegando? ¿cómo fue la vida de Caín? Y que el lector elija las respuestas. Por eso también escribía así: era el lector quien debía ponerle ritmo, tono y música al texto.

—¿A qué sentía horror, aversión, José Saramago?

—Al poder. Especialmente al control de las conciencias, y de ahí sus críticas a la religión, no como sentimiento humano, sino como estructura de control de conciencias. José era profundamente antidogmático, libre. Un humanista. Deudor de una revolución, la francesa, casi más que la de los claveles.

—¿Le dejó alguna misión?

—No. Ninguna literaria, vamos. Sólo velar por una fundación cuyos objetivos son exigir el cumplimiento de los Derechos Humanos ¡y también de los Deberes Humanos! Los unos no tienen sentido sin los otros. Y este lunes he abierto al público su biblioteca en Lanzarote, de 10.00 a 12.00, donde escribió muchas de sus obras. ¡Se me ha llenado la casa de gente!

—¿Le cambiaron los premios, reconocimientos, el Nobel...?

—No. Además le cogieron ya muy maduro. Él sabía muy bien quién era, y los premios son algo que vienen de fuera, no de dentro. Están muy bien y los agradecía, pero nada más.

—¿Dejó algún manuscrito?

—José anticipó muchas cosas, y sobre todo mucho de lo que hoy estamos viviendo. Se publicará (no sé cuándo, eso depende de los editores) una novela que comenzó sobre el tráfico de armas, algo que nos conduce directamente al asunto de Libia, lleno de preguntas y más que nos debíamos hacer, sobre todo en España, uno de los grandes países exportadores de armas. La novela está protagonizada por un obrero que hace muy bien su trabajo, pero su trabajo no es otro que crear un arma pensada para matar gente.

—¿Matizó, moduló, sus principios, a lo largo de su vida?

—Claro, como cualquier persona. Pero no dejó de ser fiel a unos principios básicos. Se definía como radicalmente ateo y comunista, pero en el sentido, este último, de compartir, él era de los que se preguntaban por qué tener dos túnicas si te hace falta sólo una. En realidad estaba más cerca del cristianismo primitivo que de lo que se entiende actualmente por comunismo, pero entendamos la importancia que tuvo este partido en la caída de la dictadura portuguesa. Sobre todo era antidogmático. Un ciudadano. Piensa que sus autores favoritos del siglo XX eran Voltaire, Kafka y Pessoa.

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