Belén
El invento del maligno josé javier esparza
Gran conmoción en el mundo de la tele: Jorge Javier Vázquez, ese hombre, ha insinuado que Belén Esteban podría abandonar la pantalla. A estas horas el paisaje puede haber cambiado, porque en este negocio se trabaja al minuto (más precisamente: al minuto/euro, que es la unidad de medida en la teleselva), pero la cosa es que la otra tarde aparecía J.J. Vázquez en pantalla y anunciaba: «Hay cosas que el público no sabe y que han sucedido en la cadena por lo que Belén está meditando la posibilidad de irse de la televisión». La historia, cómo no, tiene rasgos de culebrón: la cadena sacó de las alcantarillas a un supuesto amante de Belén, lo llevó a una «máquina de la verdad», ella se enfadó, apareció en el programa amenazando con denunciar a todo el mundo y acto seguido se reunía con los directivos «para dilucidar qué va a hacer con su futuro», según informó el probo Vázquez. Tan severo ha sido el impacto, que las acciones de Telecinco en bolsa bajaban el jueves cinco puntos; la cadena ha sido el único valor del Ibex 35 que cerraba el primer trimestre en mínimos anuales. Bueno: ¿qué pensar?
El problema de Belén Esteban es que uno la mira y ya es imposible separar la realidad de la ficción, la vida del share, la persona del personaje. Un día nos dirán que ha llegado un platillo volante, ha abducido a Belén y se la ha llevado a la galaxia de Orión; todos diremos «bah, otro montaje de Telecinco», y no, oiga, la doña estará realmente cruzando las estrellas, pero nadie podrá creerlo porque en el Belén-business han abusado tanto de la -˜realidad paralela-™ que con esta mujer no se sabe ya qué es verdad y qué mentira, o sea que todo es mentira. E incluso es mentira lo de la Bolsa, porque parece que la verdadera causa de la bajada no ha sido lo de Belén, sino el informe de unos analistas (CA Chevreux) que sugería infraponderar los valores de la compañía porque -decían los sabios- Telecinco no está aprovechando la fusión con Cuatro para incrementar los ingresos por publicidad. Y usted se preguntará: ¿Pero es que aquí nadie dice nunca la verdad? Exacto.