El hispanista Paul Preston implica a Carrillo en la matanza de Paracuellos
Publica el ensayo 'El holocausto español', donde desvela la crueldad de los golpistas
La implicación de Santiago Carrillo en la organización de las conocidas como matanzas de Paracuellos es innegable para el historiador británico Paul Preston, quien calificó ayer sus desmentidos como «mentiras infantiles». «No digo que él (el ex líder comunista) fuera el responsable de todo, pero negar su implicación es una ridiculez (...) Es absurdo que durante todos estos años haya ido mintiendo. Las mentiras de Carrillo son tan infantiles», ha dicho Preston en la presentación de su última obra, El holocausto español ( Debate). Subtitulado Odio y extermino en la Guerra Civil y después este ensayo, de 859 páginas, sobre las atrocidades y la violencia perpetradas en las zonas franquistas y republicanas durante la Guerra Civil (1936-1939) pretende ser «un grano de arena» en la «reconciliación» de los españoles, ha precisado Preston.
Con esa idea en mente, el autor, considerado como uno de los hispanistas de mayor prestigio, empezó a trabajar en 1998 sobre la represión llevada a cabo en los dos bandos y lo hizo con la preocupación de «no hacer una interpretación sesgada».
Al tiempo, Preston ha querido dejar claro que su visión «no es la de un inglés que piensa que todos los españoles son violentos». En cualquier guerra, ha dicho, se producen barbaridades, y en la española, la crueldad en la retaguardia se dio en ambas partes, pero no fue igual cualitativa ni cuantitativamente, según Preston. En términos generales, la violencia de los rebeldes fue aproximadamente tres veces superior a la de la zona republicana, a excepción de Madrid, donde se invierten las cifras de muertos.
Preston afirma que la represión orquestada por los militares insurrectos fue una operación «minuciosamente planificada» para, en palabras del general Emilio Mola, «eliminar sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensen como nosotros». Por contra, la represión en el lado republicano fue «espontánea, de tipo impulsivo», según Preston, quien cita como excepción las matanzas de «al menos 2.500 presos» de cárceles de Madrid y que fueron fusilados y enterrados en fosas comunes en las localidades de Paracuellos del Jarama y Torrejón de Ardoz.
Otra diferencia es que los crímenes republicanos se llevaron a acabo principalmente en los primeros cinco meses de la contienda, hasta que el Gobierno recuperó la riendas, y se hizo un esfuerzo por castigar a los culpables e identificar a las víctimas. En contraste, prosigue Preston, el terror y los asesinatos llevados a cabo con impunidad por los golpistas se practicaron durante toda la contienda e incluso se prolongaron después, en la posguerra, y no se llevó a cabo ningún registro de víctimas. Ese dato lleva aparejadas dos conclusiones. La primera, dice, que había una voluntad de «exterminar», de «eliminar físicamente» a los enemigos, ya fueran republicanos, comunistas, socialistas o nacionalistas, a quienes se consideraba como «venenos» para España, y, la segunda, que no hubo «afán de reconciliación».