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TOROS. FERIA DE SAN ISIDRO

Talavante, por la puerta grande

EL CID / PERERA / TALAVANTE
Plaza: Las Ventas. Octavo festejo de feria. Lleno total.
Ganadería: El Ventorrillo. (Fidel San Román) De serio y variado cuajo. Se pidió la vuelta para el tercero, de excelent

Alejandro Talavante sale a hombros por la puerta grande de Las Ventas.

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barquerito | madrid
León

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La corrida de El Ventorrillo trajo, camuflado en espectacular pinta sarda, un tercer toro de calidad nada común: Cervato, 546 kilos. Fue un regalo para el torero -por el son tan suave, por la manera de darse, obedecer y repetir- y Alejandro Talavante le cortó las orejas con notable autoridad. Se habían visto en Madrid unas cuantas versiones buenas de Talavante -y otras no tan buenas- y se habían visto hasta distintos talavantes. «El torero de las mil caras», se decía. Pues ésta del toro Cervato -pechugón como un mochuelo, ligeramente montado pero sorprendentemente elástico- fue, seguramente, la mejor de todas las versiones: la de un torero del todo definido, seguro de sí mismo, expresivo pero no teatral. Claras las ideas para adivinar el rumbo del toro con solo verlo galopar de salida: el galope reunido de los toros de manos cortas. Y verlo descolgar y humillar al primer reclamo. Entre tantos pros, uno que animaba especialmente: el toro se abría lo justo como para no irse nunca de suerte y volver sin duelo. Como tantos toros de estirpe Juampedro, éste se dolió en banderillas -cinco rehiletes puestos al tresbolillo- pero se había definido al tercer viaje. Por las dos manos. Había habido un desmonte sin derribo en el primer puyazo: salió Tulio Salguero volando por delante de las orejas del caballo.

Se desató la euforia. Picado lo mínimo, gastado más en el marronazo que en los dos picotazos cobrados, anduvo en danza el toro enseguida. Y en los medios, donde fue la faena toda, por idea y para mérito de Talavante, que respiró a placer desde una primera tanda en redondo de cuatro y un cambiado con la muleta excesivamente montada. Antes de poder ni enfriarse ya se había cobrado Talavante una segunda tanda casi idéntica, más ceñida, y abrochada con genio: un cambio de mano por delante trenzado con el natural y el auténtico de pecho. Ahí se desató la euforia, que subrayó todas las invenciones de Talavante sin excepción. Tocó superar una mínima dificultad: en el primer cite de largo con la izquierda, y de espaldas a chiqueros -error técnico-, el toro se vino encima sin atender un toque a destiempo. La toma de rectificar fue inmediata y la primera tanda con la izquierda hizo estallar la faena. Fue prolija y subió de tono en sus grandes momentos: el golpe de efecto del cambiado por la espalda intercalado en tanda, los cambios de mano, los remates a pies juntos la espada en ristre y en ligero escorzo, las trenzas de naturales con los de pecho al hombro contrario encadenados. Y, en fin el dominio de la velocidad del toro que Talavante condujo en roscas suculentas por abajo. Un alarde de manoletinas en cites a la distancia, que reventaron todavía más el ambiente, y una estocada a toro arrancado que fue de gran inteligencia. Dos orejas. Se pidió para el toro la vuelta al ruedo. Por tanto, la fiesta de Talavante.

Del serio porte de la corrida de El Ventorrillo, ese tercero imponía menos que cualquiera de los otros. Incluido el segundo de lote de Talavante, que no pudo con sus 620 kilos y protestó en los iniciales cortes de viaje. De todo un poco en la corrida, que se movió bastante y tuvo, desde luego, mucha mejor condición que la de hace quince días en Sevilla. Muy alto, el primero, codicioso y con fijeza, la cara suelta, de procelosa embestida con cuello y riñones a la vez. A esos toros cuesta meterles en cintura y no es fácil encajarse con ellos. Sopló viento y, aunque bien colocado y certero en los toques, El Cid se vio descubierto y desbordado. Un pinchazo, una entera trasera y diez descabellos. El otro toro de El Cid fue de bondad pajuna. Cornialto pero apretado, se abrió, distrajo y acabó en viajes cortos que eran sin pretenderlo renuncios. Fácil pero desanimado El Cid. Para entonces flotaba con fuerza el triunfo de Talavante. Lo acusó Perera en su segundo turno, con un serio toro atigrado de pinta, mansibravo, que protestaba a final de viajes y no llegó a emplearse. El primero de los de Perera, picado muy bien por Ignacio Rodríguez, escarbó más que ninguno, tuvo un fondo entre áspero y afligido, no regaló viajes y, de más a menos, sacó un incómodo aire pegajoso. Perera abrió brillantemente, con valor, en la distancia y poderoso. A la tercera tanda estaba el toro visto, porque se arrepentía en cada viaje. Perera se empeñó en seguir y seguir, sonó un aviso antes de la igualada. Trabajo, por tanto, mal medido. Sin recompensa.