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«Los jóvenes de Valporquero fueron los que primero exploraron la cueva»

Araceli González firma un libro sobre la relación de pioneros y paisanos con la gruta

Paisanos de Valporquero junto a la entrada de la cueva, en los años veinte.

Publicado por
emilio gancedo | león
León

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Hoy es uno de los atractivos turísticos más importantes de la Montaña y de todo León, pero, ¿qué fue ayer? Las famosas Cuevas de Valporquero, esa quebrada fantástica que parece conducir al centro de la tierra, que recibe a miles de visitantes cada año y en la que se han llegado a rodar varias películas, fue un día el objeto de deseo de tan sólo un puñado de audaces excursionistas y joya apreciada y defendida con sano orgullo local por los habitantes de esta aldea montañesa.

Son los temas de El karst de Valporquero , libro con el que la abogada leonesa afincada en Málaga Araceli González recuerda su niñez en el pueblo argollano, describiendo tradiciones y modos de vida, así como ofreciendo interesantes documentos -tanto en forma de fotografías como de recortes de prensa de la época- que informan de las muchas dificultades y el largo tiempo que hubo de pasar antes de que estas cuevas -unas de las más hermosas de España- fueran abiertas a todos los públicos de manera continuada y guiada y pasaran a ser de conocimiento general.

Explica Araceli González que ella, de niña, pasaba los veranos en Valporquero, donde había nacido su padre, y era entonces «un pueblo con muy pocos habitantes, semivacío, pero que había tenido su época de esplendor a principios del siglo pasado, fruto del trabajo de sus vecinos a pesar del entorno, tan duro, y esa falta de comunicaciones que les obligó siempre a llevar una vida muy sacrificada». «Sin embargo, habían llegado a construir -dice- un lugar privilegiado con una cultura propia, tratando el entorno con el máximo respeto y sin violentar la naturaleza. Por ejemplo, uno de los rasgos que mejor recuerdo era el trato amable de los vecinos con los forasteros».

El padre de Araceli González atesoraba infinidad de información sobre su pueblo natal y a él «había dedicado mucho esfuerzo para promocionar sus bellezas naturales y preservar su identidad -añade esta abogada y escritora-. No sólo hablaba en sus artículos de prensa de la cueva, también de los paisajes, de los numerosos atractivos que un lugar de tan difícil acceso encerraba. Pensé que todo eso merecía ser contado». Y Araceli González decidió contarlo en este libro editado por ella misma.

Recuerda la autora que las gentes de Valporquero «estaban muy orgullosas de la maravilla natural que era la cueva» y que, en todo momento, «prestaban la ayuda que los visitantes precisaban; les servían de guía, les daban información y les invitaban a comer o beber a los que lo necesitaban. Eran enormemente generosos y trataban de ayudar a todos los que se acercaban de visita a su pueblo para que se fueran satisfechos de haber elegido Valporquero por un día». Pero aunque la existencia de la cueva fuera conocida por los aldeanos desde siempre, los verdaderos exploradores y divulgadores de la misma fueron siempre jóvenes, y ya desde principios de siglo.

«Mi padre cuenta en uno de sus escritos -relata González- cómo en 1925 entraban y hacían peligrosas excursiones, sin los medios necesarios, un grupo de jóvenes de Valporquero con nombres y apellidos». «Ningún secreto de la cueva les era ajeno», argumenta. Y precisamente con nombres y apellidos presenta la autora a diferentes vecinos de la aldea -en especial al maestro Diego González-, para que sean ellos quienes, con su ejemplo de vida y de trabajo, vayan mostrando al lector cómo se vivía en Valporquero.

Otro de los aspectos más singulares del libro es el relato de cómo se puso en valor la cueva y las muchas peticiones que desde la prensa de aquel entonces se hicieron a este respecto, resaltando su gran potencial turístico y científico. Cree Araceli González que esas dificultades se produjeron «a veces por la lentitud de la administración, otras por desidia, y fundamentalmente por no valorar suficientemente el interés que representaba una maravilla geológica de tal magnitud». Todo ello queda reflejado en los artículos que la abogada rescató de su padre «y que fueron publicados desde el mes de marzo de 1936 en el diario La Mañana , y más tarde en Proa» . «Sólo hay que recordar que hasta julio de 1955 no podían pasar los autobuses por el pueblo de Felmín debido a un estrechamiento del camino. Tan sólo 200 metros impedían el paso», ejemplifica la autora.

De todas formas, una de las principales conclusiones de la obra es que fueron los propios vecinos de Valporquero los primeros propagandistas de la cueva. «Los excursionistas que tuvieron ocasión de hacer algún recorrido especial y que lo publicitaron, también tuvieron que ver en su conocimiento, así como muy especialmente el Grupo Espeleológico Leonés comandado por Manuel Riesco, y aficionados de muchos lugares que la visitaron. Y después las administraciones al programar visitas y ponerla en valor».

Resume Araceli González su objetivo con este libro explicando que quiso relatar «lo que viví de niña y de adolescente, sin añadidos ni artificios. Pero también recordar la labor del Grupo Espeleológico Leones, extraordinarios impulsores de la cueva, aportando fotografías de la época, algunas de ellas inéditas, hechas antes de 1955, que muestran la mayor parte de los rincones que exploró el grupo y la valentía de aquellos hombres que sin medios se arriesgaron por rutas imposibles. También los escritos en prensa en los que mi padre reclamaba a los poderes públicos atención para el pueblo y la cueva». La gran diferencia respecto a las visitas de ese y otros grupos espeleológicos en torno a los años sesenta con respecto a las visitas actuales estriba en que ellos «no sólo vivían intensamente las emociones que les proporcionaba la cueva, sino que también se integraban con los vecinos, y compartían las costumbres de la gente del pueblo».

Araceli González, que incluye manifestaciones de la cultura de la zona como interesantes romances populares, estudió Periodismo y Filosofía -fue alumna, en el Bachillerato, de Antonio González de Lama- aunque finalmente se decantó por la abogacía.