Un sabio llamado Viñayo
El Instituto de Estudios Leoneses dedica al abad emérito de San Isidoro el noveno libro de la colección Legio, que será presentado por diez de los autores el 10 de junio en la colegiata
La máxima benedictina de ora et labora (reza y trabaja) resume a la perfección la vida de Antonio Viñayo. Su trayectoria ha estado vinculada a San Isidoro, donde se incorporó como canónigo en 1957. Doctor Honoris Causa por la Universidad de León y Medalla de Oro de la Provincia, a Viñayo le sobran méritos para protagonizar un libro, como el que ahora le dedica el Instituto de Estudios Leoneses de la Casa de León en Madrid. Es un sabio silencioso y humilde que ha dedicado cuarenta años a ordenar los archivos de la colegiata. El número 9 de la colección Legio es un monográfico sobre su figura. «Un homenaje a este gran personaje que ya ha entrado en la historia de León por derecho proñio», como escribe en el prólogo Cándido Alonso, presidente del Consejo Superior de la Casa de León en Madrid.
Diez de los quince autores del libro, titulado sencillamente Antonio Viñayo, abad, lo presentarán el 10 de junio en el salón del Pendón de Baeza de la colegiata, a las 20.00 horas. En 68 páginas han escrito sobre Viñayo desde el actual abad, Francisco Rodríguez Llamazares, al catedrático emérito de la ULE Miguel Cordero del Campillo, las catedráticas Amor Fombella y Etelvina Fernández, y el arquitecto Ramón Cañas, entre otros.
Viñayo, un apasionado de la historia y del patrimonio, sin cuyo tesón no se habrían llevado a cabo algunas intervenciones en San Isidoro, emprendió hace más de cuatro décadas la titánica misión de leer y clasificar el archivo de la colegiata. Cuando él llegó únicamente estaban catalogados los pergaminos y códices. El resto, ha sido una labor de paciencia y de años. Además, en estas cuatro últimas décadas, San Isidoro ha recibido unas 400 cajas de archivos de personalidades ilustres; muchos de ellos, amigos personales de Viñayo.
El libro del Instituto de Estudios Leoneses lo cierra un breve texto escrito por Viñayo, extraído de Andanzas y visiones del siglo XX , donde el que fuera abad de San Isidoro relata sus tres primeros viajes. El mundo que se abría, más allá de Otero de las Dueñas, a los ojos de un niño rural. Aquellas expediciones, a lomos del burro Corzo, fueron al puerto de Santasmartas y Vegas del Palomar, donde pasaban el verano las vacas excedentes de la trilla y algunas cabras y ovejas; el segundo viaje fue al santurario de Camposagrado; y el tercero, a la capital. «La ida a León era algo así como adentrarse en la Tierra Prometida. Deparó la ocasión la feria de San Juan, de larga tradición leonesa», evoca Viñayo. Es precisamente en este viaje cuando Viñayo entra por pirmera vez en la iglesia que entonces decían de San Isidro (San Isidoro). «Comenzó a sonar una música de embeleso: primero suave, después fue creciendo, como torbellino o rugir de tormenta, pero tan armónica y deleitosa como el canto de los mirlos en la ribera del río durante las noches de mayo». Era el órgano. Pero, a aquel niño de Otero de las Dueñas, lo que más le impresionó fue la gran fuente de la plaza de San Isidoro. «Yo no tenía nada en mi pueblo que me sirviera de comparación, sólo se me ocurría que cuánto mejor estaría en la Hoja de Camposagrado; en tal estanque hubieran podido matar la sed el toro Morico y el burro Corzo y, al mismo tiempo, aliviar el sudor los caminantes...».