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Publicado por
José Javier Esparza
León

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Lle gan las fiestas pamplonesas de San Fermín y, con ellas, la sucesión ritual de encierros matinales. La televisión volverá a enseñarnos la fiesta, como todos los años, y es de suponer que lo hará con el acostumbrado éxito de público. Y es bueno que así sea, creo yo, porque estos encierros son una de las pocas cosas que aún acercan a los españoles a su identidad tradicional. Pero he aquí que aparece el Consejo Audiovisual de Navarra (COAN) y hace un llamamiento para «evitar el morbo y el sensacionalismo» en la cobertura televisiva del asunto. Personalmente tengo el mayor de los respetos por el COAN, que es tal vez el único consejo audiovisual español que se ha comportado siempre de manera decente, pero me parece que aquí estos amigos han ido un poco lejos. Vamos a ver: ¿Es posible emitir una final de miss España evitando el estímulo de la libido masculina? ¿Es posible emitir una carrera de Fórmula 1 evitando la muy poco recomendable fascinación por la velocidad? No, ¿verdad? Pues esto es lo mismo.

Los encierros de San Fermín son muchas más cosas que «morbo y sensacionalismo», pero si el público los sigue en televisión no es solo por los bonitos cánticos iniciales, ni por los acertados comentarios del locutor, ni por la hermosa estampa de los toros lanzados a la carrera, ni por la atlética compostura de los corredores, ni por la belleza entrañable de las calles de Pamplona, ni por la difícil coreografía con la que los toros, ya en la plaza, ganan el toril. Si la gente ve los encierros es, además de todo eso, porque hay una evidente transformación del riesgo en espectáculo, y el riesgo es precisamente la fuerza mayor de esas fiestas. Hay riesgo porque hay peligro de cornada, y si hay cornada, la tele la tiene que mostrar

Las recomendaciones del COAN se extienden sobre tantos detalles que es imposible repasarlos aquí uno por uno, pero podemos sintetizar la respuesta en una sola proposición, a saber: está bien vigilar los excesos de la tele, pero tampoco podemos llegar al extremo de tomar al espectador por un niño sin criterio. Y viva San Fermín.