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León

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El invento del maligno josé javier esparza

S e va el venerable Oliart. Alberto Oliart, 83 años el 29 de julio, abogado del Estado, alto funcionario en la España de Franco, consejero de bancos y grandes empresas en los 70, ministro de Industria y de Sanidad con Suárez, ministro de Defensa con Calvo Sotelo, criador de ganado ¿Por qué volvió a la vida pública cuando ya estaba gozando de un dorado retiro? Vaya usted a saber. Era noviembre de 2009 cuando PSOE y PP se pusieron de acuerdo para nombrarle presidente de RTVE por un periodo de seis años. Claro, ¿quién iba a decir que no a un nombre como el suyo? Para la imagen de TVE que quería dar el Gobierno Zapatero -neutralidad, seriedad, consenso, etc.-, nadie mejor que un veterano avalado por el unánime reconocimiento de crítica y público. Pero hay poltronas que rápidamente crían pinchos como lecho de faquir, y la presidencia de RTVE es una de ellas. Sobre Oliart cayeron las consecuencias de la reforma de la Pública, a saber, la sangría programada de personal de la casa y la supresión de la publicidad, que se ha traducido en otorgar a las grandes privadas una posición dominante en el mercado.

Aún así, todos hubiéramos estado dispuestos a despedir al venerable con blancas oriflamas de no ser porque, a última hora, ha metido la pata en el cubo de la porquería. Ese asunto de su hijo Pablo y la graciosa concesión -concursal, eso sí- de una rica canonjía técnica. Recordemos: hace unas semanas, RTVE cortaba lazos con el universo Roures (Mediapro, La Sexta, Público, Zapatero, Chacón todo eso) y entre otras cosas quitaba a la empresa Overon la cobertura técnica de Las mañanas de La 1. En su lugar se escogía a otra empresa de buen nombre: Telefónica Broadcast Services (TBS). Pero he aquí que alguien descubrió enseguida algo francamente enojoso: el administrador único de TBS es Pablo Oliart, hijo del venerable. Y eso, aquí y en Tailandia, se llama nepotismo.

El venerable Oliart presentaba anteayer su dimisión por «motivos personales, familiares y de salud». Hombre, «personales y familiares» sí que son, ¿verdad? Lástima de despedida.