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León

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El invento del maligno josé javier esparza

Usted sabe que uno de los fichajes del año, en el mundo del telecotilleo, ha sido el de Chelo García Cortés. La veterana periodista del -˜corazón-™ (ya, ya: es un decir) ha dejado la casa de Antena 3, donde llevaba un montón de años, y pasa a Telecinco, donde se incorpora a la secta liderada por el chamán Vázquez. Pues bien, el asunto es que a la pobre Chelo, según entraba por la puerta de Telecinco, han empezado a caerle bofetadas y la cosa no tiene pinta de parar. ¿Quién le propina las bofetadas? Sus propios compañeros de cuadra en Sálvame, que la acusan de «falsa», «traidora» y otras recriminaciones de grueso calibre. El que más se está destacando en la tarea, por su vehemencia, es el acreditado humanista Kiko Matamoros, que reprocha a la neófita Chelo haber traicionado a sus compañeros en años anteriores. Y así el humanista extrajo del fondo de la memoria cierto penoso episodio en Dónde estás corazón a propósito de Pepe Navarro; episodio que venía adornado con una delatora grabación, nada menos, como en una película de espías.

La pobre Chelo, confrontada a sus propias flaquezas, apenas pudo musitar algo semejante a «moralidad no me vas a enseñar a mí», frase que puede interpretarse en varias direcciones, y ninguna decente. Bueno, vale: en el fondo, las razones concretas por las que han llevado a la pira a esta mujer son lo de menos. Y lo demás es que, con toda seguridad, el rito del apaleamiento público forma parte del contrato, como en esas conspicuas agrupaciones donde el neófito, para llegar a la condición de miembro, acepta de antemano que ha de sufrir las más crueles novatadas.

Una vez aguantado el trance, uno pasa a formar parte de la tribu y ya está en condiciones de dispensar el mismo trato al próximo aspirante. Estas cosas son así desde el principio de los tiempos. Lo que uno no esperaba, sinceramente, es que el modelo se extendiera a la vida profesional, y que una periodista de tan larga trayectoria como la veterana Chelo se prestara al ejercicio. Poderoso caballero es don dinero, que decía Quevedo. Sí, el de las gafitas.