Fallece a los 79 años ‘Antoñete’, la imagen del toreo más clásico
Estaba ingresado en un hospital de Madrid aquejado de una bronconeumonía.
Antonio Chenel Antoñete , uno de los mitos del toreo en la segunda parte del siglo XX, falleció ayer a los 79 años a causa de una bronconeumanía. Hacía tres días que el maestro permanecía ingresado en el hospital Puerta de Hierro de Majadahonda por problemas respiratorios.
Durante más de cuarenta años demostró su talento ante los toros, una forma de lidiar con el capote y la muleta que recordaban a dos de los grandes maestros de todos los tiempos: Juan Belmonte y Manolete. Precisamente de este último, el diestro adquirió la costumbre de fumar en la puerta de cuadrillas cuando de adolescente lo veía en la plaza. Y su flequillo, su eterno flequillo.
La vida de Chenel ya estaba marcada antes de nacer. Su relación con los toros estaba prefijada, con un padre que era monosabio en Las Ventas, lugar en el que se instalará su capilla ardiente. El futuro Antoñete nació un 24 de junio de 1932, aunque la Guerra Civil pronto cambió su infancia. La familia se tuvo que trasladar a Castellón, huyendo del conflicto. Allí se quedaron hasta 1940, para luego volver a la capital y trasladarse a una vivienda cercana a la monumental venteña. La brújula del joven Chenel solo parecía indicar hacia un único lugar: Las Ventas.
Su padre y la fascinación que sintió por las faenas de Manolete en su juventud gracias a la ayuda de su cuñado Paco Parejo, mayoral de la plaza, eran argumentos de peso para que Chenel cogiera los trastos. Se vistió de luces por primera vez en 1946, cuando apenas era un imberbe; y entre 1949 y 1952 se forjó como novillero, forjando ese estilo clásico que había aprendido de sus maestros. Realizó su presentación en Madrid el 5 de junio de 1952. Nueve meses después, el 8 de marzo de 1953, toma la alternativa en Castellón. Su padrino fue Julio Aparicio y actuó como testigo Pedro Martínez. Su confirmación se produjo el 13 de mayo del mismo año de la mano de Rafael de Ortega.
Marcado por las lesiones. Antoñete fue un torero marcado por las lesiones, las recaídas, los abandonos, los regresos y unos huesos de cristal que marcaron toda su carrera. En Málga sufrió una fractura del brazo que le marcó su primera temporada, donde solo pudo lidiar en 36 tardes.
Las lesiones hicieron que casi desapareciera entre 1962 y 164, donde solo pudo vestirse de luces en ocho ocasiones. Su primer gran triunfo llegó en 1965, una maravillosa tarde de San Isidro. Era 15 de mayo, patrón de Madrid. El animal, de nombre Atrevido , no le había gustado demasiado al maestro, pero en una lección magistral de temple logró emocionar al respetable hasta límites insospechados. Incluso a Francisco Franco, que presenció la corrida junto al presidente de Nicaragua. La magia lograda con aquel animal albino le sirvió a Antoñete para relanzar de nuevo su carrera, que atravesaba serios altibajos derivados de su carácter, un tanto ‘golfo’. La irregularidad le acompañaría después hasta el final de su carrera, pero nadie en el mundo del todo ha olvidado aquella faena.
Esa actuación le abrió las puertas de las mejores ferias españolas y americanas. Pero las lesiones se cebaron con él. Se pasó otra vez dos años casi en blanco (1971-72), hasta que el 7 de septiembre de 1975 decidió retirarse.
Su cuñado le cortó la coleta en esa ocasión. Antoñete solo pudo estar fuera de los ruedos dos años. En 1977 volvió a ponerse delante de un toro en Venezuela. Durante tres años solo lidió en América, hasta que el 12 de abril de 1981 regresa a los cosos españoles y abrió la que para muchos está considerada su época más brillante, cuando llegaba ya la cincuentena. Vuelve a abrir la puerta grande en Las Ventas en dos ocasiones, corta dos orejas en Barcelona y es cogido de gravedad. Y un su plaza vuelve a realizar una de esas faenas que pasó a la historia del toreo. El 7 de junio de 1985, en sus Ventas, sacó lo mejor de su repertorio con Cantinero . Algunas crónicas dicen que fue una mejor faena que la realizada 19 años antes a Osborne .
Ese mismo año, anunció una nueva retirada que solo duró dos años. Regresó a los ruedos y se mantuvo en actividad hasta 1997, siempre que su salud se lo permitía. Intentó seguir en los ruedos unos años más, pero una crisis respiratoria lo retiró de forma definitiva en 2001 cuando estaba en la plaza de Burgos. Desde entonces se dedicaba a comentar los toros en Canal Plus y en la Cadena Ser (ha sido Manuel Molés, jefe de información taurina en ambos medios, quien ha expresado la primera condolencia por el fallecimiento del veterano diestro. «Lo lamento muchísimo porque ha sido una gran pérdida para todos», dijo).
Antonio Chenel vivía en la localidad madrileña de Navalagamella, junto a su segunda esposa Karina Bocos y su hijo pequeño Marco Antonio (1999). Además, era padre de otros seis hijos de su anterior matrimonio con Pilar López-Quesada. Entre los muchos secretos y curiosidades que rodearon al torero del mechón blanco está su amor por San Sebastián, ciudad a la que se escapaba siempre que podía. Allí, en el más absoluto anonimato, pasaba horas jugando al frontón. Entre golpe de pala y golpe de pala perfeccionaba la ‘marcha atrás’ que, decía, le era de gran utilidad en la plaza.