El invento del maligno
El gato
Hay gatos que se comportan de una manera inquietante: cuanto más se tarda en ponerles el cascabel, más crecen y, por tanto, más difícil se hace la tarea. Es lo que está pasando en España con el enorme gatazo de la televisión pública: tanto estamos tardando en ponerle el cascabel, que ya ha cobrado el tamaño de un tigre de dientes de sable. Las televisiones públicas —estatales y autonómicas— cerraron 2010 con unas pérdidas de 536 millones de euros, o sea, 90.000 millones de pesetas de las de antes en números redondos. La cifra la proporciona el V Informe Económico sobre la Televisión Pública en España que ha elaborado Deloitte para la Unión de Televisiones Comerciales Asociadas (UTECA). Esos números son algo inferiores a los del año pasado, pero muy poco: sólo un 3%. Es decir que en un panorama de crisis angustiosa, con una deuda pública desbocada e ingobernable, nuestros canales públicos solo han sido capaces de ahorrar un 3%; una miseria, vaya.
Y como la situación general sigue empeorando, esto significa que a los españoles cada vez nos cuesta más mantener el invento: 152 euros al año por cada hogar español, un 5,6% más que el año anterior. Hay que decir que la culpa de este aumento la tiene sobre todo TVE por haber prescindido de la publicidad: eso ha hecho que su coste para el ciudadano sea mayor. ¿Podemos permitirnos, colectivamente hablando, mantener este edificio ruinoso? Porque hay más: esos 536 millones de euros son solo las pérdidas; si vamos a números totales, y si añadimos el dinero de las subvenciones recibidas, el déficit general de la televisión pública en España llega a los 2.454 millones de euros (¡casi medio billón de pesetas!), siempre según las cifras de UTECA. Solo hay una conclusión posible: no hay país que sostenga esto, y menos en tiempos de crisis. Y bien: ¿qué hacemos? Hay cuatro opciones: cerrarlas, venderlas, reducir drásticamente su coste o ponerlas en manos de gestores privados que se responsabilicen de hacerlas, si no rentables, por lo menos sostenibles. Mientras lo pensamos, el enorme gatazo crece y crece.